miércoles, 8 de junio de 2011

Editorial

Por Ana Durán y Federico Irazábal

Hace poco, una mesa de revistas de teatro convocaba a reflexionar acerca de por qué alguien decide hacer (o seguir haciendo) una revista, y por qué surgen todos los años publicaciones que resisten poco tiempo en circulación. Quienes hacemos Funámbulos ya pasamos por muchas etapas que tienen que ver con la legitimación o el reconocimiento, y dado que alguna vez tocamos algo parecido a nuestro “techo” –que es en términos simbólicos algo muy personal para cada uno de nosotros–, hoy por hoy estamos en condiciones de decir que hacemos la revista porque nos permite pensar. No para difundir, publicitar o expresarnos. No para que sepan lo que tenemos para decir. No porque tengamos una mirada única de las cosas, tan original que vaya a marcar un antes y un después. No porque signifique una entrada de dinero o porque tengamos la expectativa de que con el tiempo y un buen patrocinador, vayamos a vivir de eso. No porque algún día alcancemos a ser internacionales y Funámbulos nos permita viajar. A ver. A no confundir estas aseveraciones con humildad, porque no somos humildes. Somos realistas. Muchas de esas alternativas fueron descartadas luego de años de intentos. Y que una revista nos conmine a pensar es muchísimo.

Decimos con esto que, porque formamos necesariamente parte del engranaje del teatro, no escapamos de las generales de la ley. En cada encuentro de revistas, como en cada mesa de actores, directores o dramaturgos, nos damos cuenta de que estamos trabajando aislados, y que las motivaciones por las que todos hacemos aparentemente lo mismo son de lo más diversas. Eso no está ni bien ni mal, por supuesto. Lo que resulta llamativo, y de eso hablará a grandes rasgos este número de Funámbulos, es la forma que tenemos de naturalizar nuestra manera de estar en el mundo sin actualizar las preguntas, como si cada uno fuera una hormiga cuyo objetivo es llevar la carga al propio agujero aunque hayan arrasado el camino, o lo hayan cambiado de tal manera que nos resulte desconocido. En definitiva, si ya no puedo determinar qué es y cómo funciona una sala independiente y no en términos filosóficos, sino bien concretos (depende de la ubicación geográfica, del sistema de subsidios, de la cantidad de butacas o de las posibilidades de legitimación), si tampoco puedo definir qué es hacer teatro independiente (¿cuatro meses a una función por semana?, ¿es hacer temporada o una exhibición limitada para amigos y familiares?), si cada vez más los ciclos del FIBA determinan la ola de estrenos o sus estéticas, y el destino que esas obras tendrán aquí y en el extranjero, y si el pasaje a la tele o al teatro comercial ya no constituye una pregunta en relación al lugar que ocupa el teatro ¿”de arte”? y su forma de concebirlo y pensarlo…, ¿para qué y para quién se sigue haciendo teatro? ¿Para continuar con una tradición? ¿Cuál, si como vimos en números anteriores no es una tendencia que los artistas reconozcan a sus maestros y mucho menos sus tradiciones teatrales? ¿Para el público? ¿Como una forma de pensar el mundo?

Algunos de quienes hacemos Funámbulos vemos el teatro de los 90 como la última etapa de cruce crítico entre la realidad y el “pensamiento estético teatral”, a pesar de haber sido considerado teatro no político. Otros lo vemos como una trampa del vaciamiento de sentido de la posmodernidad. Sin embargo, ante la desazón que provoca una cartelera tan vasta como superflua (salvo las excepciones que nos impulsan a seguir yendo al teatro), creemos que es el momento de pensar y “pensarse”, porque ya producir no es resistir, sino chapucear unas palabras balbuceadas que no aportan más que a la acumulación y a la confusión.

El teatro no es lo que era, insistimos, pero no por una cuestión nostálgica (no porque todo tiempo pasado sea mejor), sino porque todas las reglas del juego o cambiaron o ya no significan lo mismo, ni en el teatro, ni en las artes, ni en muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. Por eso nos invitamos y los invitamos a pensar esta época mientras preparamos el próximo número en el que les prometemos (y nos prometemos) hacer un racconto crítico de los últimos diez años del teatro de la ciudad.

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