domingo, 4 de abril de 2010

Una escena boba

Obras para teenagers

Entrevista con Rubén Szuchmacher, por Ana Durán

¿Por qué creés que las obras se parecen entre sí como si fueran fotocopias de fotocopias? ¿Hay algo biológico asociado al arte, el parricidio, que no está ocurriendo y por eso los discípulos imitan a sus maestros hasta el infinito?
La generación anterior a la mía se enorgullecía de tener maestros. La que me pertenece por edad (Ricardo Bartís o Daniel Veronese), en cambio, empezó a producir mucho después de mis inicios en el teatro porque empecé de muy chico. Esta generación no reconoce haber trabajado con nadie, cosa que estaba muy mal vista antes. A partir de Bartís, la sensación es que los maestros salen de un repollo. Son parricidas pero en el sentido que niegan a sus maestros e inclusive a sus compañeros, como si fueran producto de la nada. Ellos luego encarnan el lugar de padres o madres en una generación en la que luego es económicamente rentable no dejar que los hijos crezcan. Esta situación coincide con un mercado que apuesta al joven. En mi época, ser joven no era ningún valor en sí mismo. Al contrario, uno quería dejar de ser joven rápidamente. Por ejemplo, a los dieciocho años queríamos irnos de nuestra casa para poder coger, o queríamos dejar de pertenecer al ala juvenil de un partido para formar parte de “el partido”. Hace unos veinte años (desde los 90), el mercado y la política restauran la idea de lo joven. En el teatro, los que llevan los paradigmas de lo joven (como el Periférico de Objetos) se quedaron con la bandera de ser joven y ahora que son veteranos de guerra siguen ocupando ese lugar. Por eso, la única posibilidad para las nuevas generaciones es estar unidos a eso (a las “jóvenes promesas”) para tener un lugar.

Pensaba en Soledad Silveyra, y su dificultad para envejecer. A veces, tengo la sensación de que algunos padres/maestros, no paran de hacerse lifting y por eso no dejan a sus hijos ser adultos…
En el caso de los creadores como los de los años 60 ó 70 en Europa, los Peter Stein o las Ariane Mnouchkine pretenden ser vanguardistas y en esa posición no queda lugar para los otros. No sólo tiene que haber parricidas sino también gente que se deje matar y mi generación etaria no permite el traspaso. Quizás porque en medio de nuestra juventud nos agarró la dictadura y no pudimos plenamente jóvenes. Por otro lado, es muy difícil para las nuevas generaciones plantear su obra como diversa porque el mercado o la academia y el mercadito chino que es el teatro, convalidan rápidamente a algunos artistas y los dejan instalados en este lugar. Por eso en momentos como éste en los que confrontarse implica quedarse afuera, inevitablemente las nuevas generaciones imitan a las anteriores. Claudio Tolcachir no hace algo diferente de lo que hace Daniel Veronese, y se llevan 20 años de experiencia. Porque hacer la ruptura es verdaderamente dificultoso. La inseguridad no es sólo que te roben las zapatillas y la campera, es un fenómeno de la actualidad con lo cual salir a pelearla por la propia no es algo interesante porque total…para qué. La sociedad no convalida la aventura, la búsqueda, el descubrimiento. Al contrario, se posiciona sobre eso que ya está establecido.
Un fenómeno notable es cómo los creadores vienen haciendo espectáculos que llamo “para niños progres”. Sacando dos o tres creadores, la mayoría no son espectáculos para gente adulta. Son los espectáculos de esos maestros pero para niños. Por ejemplo, el de Maruja Bustamante, Adela está cazando patos, que está en el Festival, es una versión para niños de Hamlet, con chispas de Midón. Comunidad, de Carolina Adamovsky es una versión infantilizada del texto de Kafka, con seis pavotes parados haciendo pompas de jabón. No dan cuenta de la complejidad. Lo que toman es el lugar formal que tienen estas técnicas (las de Bartís, Pompeyo Audivert, etc.), y lo que fue en ese momento transgresión hoy es fórmula que funciona para la banalidad.

Cuando un joven no sale de su casa paterna no le ocurren cosas que le permitan ser atravesados por el mundo. Y eso se nota en los cuerpos también. Cuando algo de lo real los atraviesa, los cuerpos son diferentes… es notorio el que imita el cuerpo de otro adulto, sin serlo.
A mí me parece que el teatro de Buenos Aires le huye a la complejidad. A la complejidad de los vínculos, de los espacios, etc. Por eso reivindico el teatro de Lautaro Vilo, porque no hace teatro joven y trabaja con la complejidad. Hay muy poca asunción de la adultez, hay mucho teatro pavote. que está destinado al público “juvenil” que no puede comunicarse con la complejidad de las cosas. Nuestra sociedad también apuesta a la banalidad, al “no me la hagas muy complicada”. Ser adulto es tolerar lo diverso, hablar con gente que no entendés. La mayoría de los artistas tratan de no meterse en problemas por eso se quedan con la endogamia del hogar: su propia gente, la gente de sus estudios. Además de la voracidad económica que hace que cada autor quiera dirigir sus propias obras y no compartir ni el dinero ni la opinión para evitar cualquier tensión, hay horror a la exogamia. Esto es lo peor de la época.
Creo que las nuevas generaciones tienen como objetivo constituirse como personalidad o marca antes que constituir una obra. Hay personas que son más famosas por el personaje que armaron de ellas mismas que por las obras que hicieron. Eso también pasó con la generación que trabajó en los 80. Los jóvenes quieren ser una marca o tener poder pero al servicio de que no se les escape la perdiz, de llegar a la casa y no encontrarse con la heladera vacía, como los jóvenes que no se van de su casa. Pero uno aprende a cocinar cuando mamá no está y tengo que cocinar yo. La necesidad te hace salir al ruedo.

¿La generación del Caraja-ji fue la última generación parricida?
No tengo tanto la sensación del parricidio. Creo que la última generación parricida fue la del Parakultural. Es la que elimina al autor y al director. Después, lo que llamamos “nueva dramaturgia” es tratar de parecerse a la generación que mató el Parakultural pero con nuevas armas: volver al autor. Son los nuevos Tito Cossa. Creo que por momentos hay destellos y talentos particulares por supuesto. Pero Visita o Maratón de Ricardo Monti tienen una densidad superior a cualquier texto de Rafael Spregelburd. El tiempo coloca las cosas en su lugar. Nos parecieron interesantes los 90 por los procedimientos pero ahora nos damos cuenta que no era para tanto.

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