domingo, 4 de abril de 2010

Un maestro. Un trastorno

Por Daniel Rubinsztejn

¡Ay! las palabras…

En francés, la palabra maître, nos lleva por senderos que transitan nuestro trastorno. Dueño, amo, maestro. El maestro que guía, conduce, enseña… pero también obstaculiza.
En la raíz de la palabra está el obstáculo. Porque el maestro enseña y se transmuta, aunque no quiera, en dueño.
Sigamos con la palabra: en nuestro castellano, si el amo me ama y lo amo… parece que todo funciona. La confusión entre amor y amo-dueño, se produce por una letra. ¡Ay! las letras... Y que el amor genera servidumbre y sufrimiento no es novedad.
En el amor hay amo.

Una carta, un texto
Una carta a Romain Rolland publicada como texto esclarece nuestro tema.
“Parecería que lo esencial del éxito consistiera en llegar más lejos que el propio padre, y que tratar de superarlo fuese aún algo prohibido”.
¿Qué es esto de llegar tan lejos? Después de todo, se pregunta Freud, son sólo unas horas más viajar hasta Atenas que a la isla de Corfú. Al llegar en compañía de su hermano menor, una sensación de extrañamiento lo acompaña. Dice: “La satisfacción de haber ‘llegado tan lejos’ entraña seguramente un sentimiento de culpabilidad: (...), algo ancestralmente vedado”.
Piensa que a su padre jamás le interesó la cultura griega, ni los viajes. Aparece así la crítica infantil al padre, el menosprecio que sigue a la sobrevaloración.
“Lo que perturbó nuestro placer por el viaje a Atenas era, pues, un sentimiento de piedad”. Su padre era alguien que no tenía interés por conocer la Acrópolis, ese mundo no le interesaba, en cambio a ellos sí.
Es necesario dividir la frase porque una cosa es el éxito en llegar más lejos y otra es la idea de superar al padre. ¿Qué es lo prohibido? ¿Llegar más lejos que el padre y tener éxito o superarlo?
Llegar más lejos, ¿acaso es lo mismo que superar al padre?
De algún modo, si algún éxito se logra en llegar más lejos que el padre, eso no implica un triunfo sobre el padre. Me parece que la idea de superar al padre está en la línea del héroe que necesita vencer a su padre para triunfar. En cambio, llegar más lejos no necesariamente implica eso. Llegar más lejos o más allá del padre lo que hace es introducir una diferencia entre el hijo y el padre…y no es poco.
“Ese día, en la Acrópolis, bien podría haberle preguntado a mi hermano: ‘¿Recuerdas aún cómo en nuestra juventud recorríamos día tras día las mismas calles? ¡Y ahora estamos en Atenas, parados en la Acrópolis! ¡Realmente, hemos llegado lejos!’...”
Nuevamente se refiere al llegar lejos. Recuerda que Napoleón, cuando fue coronado emperador, le dice a su hermano: “¡Qué diría ahora nuestro padre!”. Aparece en esta asociación la referencia al hermano, como la de Freud al suyo.
El padre es un término. Superar al padre o ir más lejos que el padre, no es lo mismo. Lo imposible es la desligadura pura, ser sin Otro. “Superar”, evoca un mito heroico, someterse a pruebas, como vencer al dragón.

Una discusión, otro texto

“... en el curso de la discusión del presente trabajo, Freud destacó en particular que la creencia del niño de que los demás conocen sus pensamientos, se origina en especial en el aprendizaje del habla, porque el niño recibe, juntamente con el lenguaje, los pensamientos de los demás y su creencia de que éstos conocen sus pensamientos se presenta, pues, basada en los hechos, tal como el sentimiento de que los demás le han hecho el habla y con ello le han hecho los pensamientos”.
Es decir que los niños piensan que el Otro sabe, porque les enseñó a hablar, pero con ese lenguaje, con ese habla, les enseñó sus pensamientos; entonces ellos saben lo que él piensa. En “La novela familiar del neurótico” (1907) Freud afirma: “... cuando el individuo, en la medida de su crecimiento se libera de la autoridad de sus padres, incurre en una de las consecuencias más necesarias aunque también una de las más dolorosas que el curso de su desarrollo acarrea; existe cierta clase de neuróticos, cuyo estado se halla evidentemente condicionado por el fracaso en dicha tarea; para el niño pequeño los padres son al principio la única autoridad y la fuente de toda fe. Es inevitable que el niño descubra poco a poco las verdaderas categorías a las cuales sus padres pertenecen”.
Eran fuentes de toda fe y de autoridad, todo lo sabían. Y esta revolución del alma infantil es el descubrimiento de que los padres no saben todo. Es el descubrimiento de la castración.
El descubrimiento de que el padre no sabe, es el correlato mismo de la propia castración, porque “él no sabía”, implica que yo tampoco sé... lo que él no sabe. El descubrimiento de que los padres no saben retorna sobre sí. Se trata aquí de la propia división en el sentido de que ahí podríamos situar el surgimiento del inconsciente.
La idealización de los padres cae en el momento que se descubre que los padres no saben.
La mentira es el vector que lleva a este encuentro. Si se les puede mentir, no saben. Pero “el mentiroso” tampoco sabe acerca de su deseo; la castración es justamente eso.
Entonces, el descubrimiento de que los padres no son la fuente de toda fe es el encuentro con el deseo. Descubrir que los padres no saben, es descubrir que están castrados, no saben de su deseo.
Según el mito relatado en “Totem y Tabú” los hijos matan al padre sin saber; los hijos no saben que a quien matan, una vez muerto, va a devenir padre. Antes no era el padre, era jefe de la horda; el jefe asesinado tampoco sabía que ser padre iba a ser su destino, una vez muerto.
“La obediencia retrospectiva hace que lo erijan en padre y obedezcan lo que antes era sólo un impedimento”.
Lo que antes era un impedimento, luego del asesinato del jefe deviene ley. Ahora que está muerto es padre, antes era protopadre. Lo matan porque es el jefe que no permite nada, omnipotente, quiere gozar de todo y de todas.
El jefe era quien todo sabía, el que de todas gozaba, el que tenía todo el poder (todojefe); cuando lo matan, y cada uno come un pedazo, ya no existe más el todo. Deviene padre una vez muerto. El padre, como función, está muerto desde siempre, porque vivo, aún no era padre.

En latín matar se dice tutare, que significa, además de matar, conservar: lo mataron pero al hacerlo lo conservan, pero ahora como padre.
El neurótico padece fantasías –inconscientes– de asesinar a su padre; y al fantasear se asegura (conserva) al padre muerto, pero con la carga de culpabilidad que de ello se deriva. Hamlet es el testimonio de esto. Theodore Reik afirmaba: “Es a los muertos a quienes hay que matar”.

Una diferencia
Debemos distinguir entre padre y genitor. Genitor es quien la embarazó, pero decir padre, qué es un padre, es otra cosa, una función. Volvamos a “La novela familiar del neurótico”: la madre es certísima, no cabe duda, pero el padre siempre incierto es.
Padre da nombre, reconoce. No es indiferente ser hijo de tal que de cual; esa marca del apellido se la porta en relación a un destino. Freud dice, parafraseando a un poeta: lo que has heredado de tus padres conquístalo para poseerlo, cada uno hereda su apellido, pero no es suficiente, hay que conquistarlo. ¿Qué significa para cada uno llevar ese apellido, ser hijo de tal? El padre elige, nombra, distingue.
Si se piensa que en un paraíso todo está permitido porque nada está prohibido, nos equivocamos. Si algo está permitido, es porque algo está prohibido. La prohibición permite, posibilita, hace nacer al deseo como tal. Aquello que está prohibido posibilita desear. Cuando afirmamos que un padre es el que reconoce, decimos que la única manera de reconocer es a través del lenguaje. Se trata de que alguien nombre a otro como tal: Tú eres mi hijo, soy tu padre. Es imposible pensar las relaciones de parentesco fuera del lenguaje. No hay cuñados, suegros, tíos en el reino animal. Cuando no hay lenguaje no hay madres ni padres. Y justamente al nombrar –acta de nacimiento, acta de defunción– se da vida dando también la muerte. Cuando un padre reconoce, “encadena” a una cadena generacional.
El padre es incierto, “pero aun así” un padre debe adoptar para ser tal, debe nombrar: “te nombro hijo, por eso tú me llamas padre”. Al declarar un hombre que es padre realiza, justamente por la palabra misma, este acto que podemos llamar “paternante”. De este modo se introduce, e introduce al otro, en un proceso de simbolización; da en ese momento su palabra y su nombre cuando nombra al otro en tanto hijo. Una palabra que hace acto, que realiza un acto en una enunciación verbal al nombrarlo.
Hay verbos que se llaman “performativos”, que se realizan en el acto de hablar. Por ejemplo el verbo juro, prometo, hablo. Basta decirlo para que se realice. Un padre, al decir: es mi hijo, realiza un acto al nombrar.
El mito que Freud inventa muestra una falla: el padre muerto adquirió una fuerza mayor de la que tenía en vida. Él afirma que hay obediencia retrospectiva y agrega: “renunciaron a recoger los frutos de su crimen...”.
El parricidio fue infructuoso: se asesina al protopadre porque impide el acceso a las mujeres.
La culpa es porque el asesinato ha sido en vano. La culpa no es por el asesinato del padre (en el mito) sino que lo hicieron y fue en vano, no triunfaron. El asesinato no dio sus frutos. Es una “falla prohibidora” que permite el surgimiento del deseo porque no recogen los frutos del crimen, y en el lugar del protopadre aparece el Totem prohibiendo y exigiendo exogamia. Falla prohibidora que, a su vez, permite.
El protopadre, él mismo no sometido a ninguna ley sino a su propio capricho, debía estar excluido para que exista una ley. El fundamento de la ley es el asesinato. Antes del asesinato no hay ley, hay capricho. Hay impedimento, no prohibición. Ahora que está muerto hay una ley, y el Totem (sustituto del padre) en el que se encarna, es ley. Era una horda semianimal, el mito dice del surgimiento de la cultura. La genealogía de la cultura inscribe como antecedente un asesinato. Es necesario ese asesinato para que esté excluido ese lugar de omnipotencia. Nadie ocupará el lugar vacío.

¡Ay! La neurosis
Un padre, dueño, maestro. Un neurótico que familiariza su vida, es decir que de a poco –y a veces no tan de a poco–, incorpora a sus semejantes a su novela, a su guión ya escrito: y si el maestro sonríe… lo ama y si no… es una tragedia. Imagina su muerte (¿la de quién?).
Ir más lejos, superar que no es triunfar, es una tarea que la neurosis traba.
Pero hay maestros y maestros. Hay algunos que anhelan que sus alumnos sigan siendo tales: sin alumno no hay maestro. Un falso reaseguro contra la muerte. Pasión por la eternidad.
Pero hay maestros que creen que se trata de dejar aprender. Es decir, que para el maestro enseñar es dejar aprender. “Su obrar produce la impresión de que no se aprende nada de él. Si por aprender se entiende obtención de conocimientos. Su único privilegio es que tiene que aprender más que ellos: dejar aprender. No entra la autoridad del sabihondo ni la influencia de quien cumple una misión, ni el docente afamado”.

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