domingo, 4 de abril de 2010

El actor y su oficio

En las escuelas oficiales

Por Mónica Berman y Lucho Bordegaray

¿Quién puede imaginar a un estudiante de medicina, abogacía, geografía, buscando cursos, seminarios y otras yerbas para “sumar a”, “agregar a” o transversalizar la formación que la carrera le imparte? No es difícil, sin embargo, pensar al profesional ya recibido haciendo mil y un posgrados, cursos de especialización, articulaciones diversas.
¿Y cuando se trata de una carrera vinculada con la formación artística?, ¿las cosas no funcionan acaso de manera diferente?
Esta verdad de perogrullo es un punto de partida posible para comprender que las carreras vinculadas con la formación artística se rigen por reglas diferentes, por lo menos en algunas cuestiones y que es evidente que es mucho más complejo de lo que se percibe a simple vista y descuidadamente, organizar, planificar y llevar adelante estas carreras.

Ajustemos el planteo: hay dos escuelas públicas en Buenos Aires que se proponen como lugar para la formación de actores. Una tiene su sede en el Departamento de Artes Dramáticas del IUNA (Instituto Universitario Nacional de Artes) y la otra es la EAD (Escuela de Arte Dramático).
Para este número de Funámbulos decidimos encarar una investigación que tiene a estas dos instituciones como foco. La hipótesis era que los alumnos de ambos espacios recurrían a diversos modos de formación en simultaneidad con la cursada de las carreras.
El trabajo de campo consistió en hacer una pequeña encuesta para tratar de comprender (o al menos acercarse) por qué esta búsqueda por fuera de las carreras.
Mónica Berman fue a preguntarles a los egresados del IUNA y Lucho Bordegaray a los egresados de la EAD.
Sabemos fehacientemente que existen en el IUNA y en la EAD personas que están pensando la institución y volviéndola a pensar de manera sistemática, que pesan los pro y los contras, que proponen cosas nuevas. Tal vez estas palabras de los que fueron alumnos de esas instituciones sean útiles para continuar la reflexión y la acción.

IUNA
En primer lugar, la división se establece entre los que hicieron cursos paralelos mientras cursaban la carrera y los que no. Un 72% de los egresados consultados dijo haber hecho seminarios o cursos por fuera de la carrera, y el 28% restante respondió que no.
Comencemos a observar qué respondieron quienes constituyen la minoría.
Entre las razones por las cuales no realizaron actividades paralelas de formación se encuentra, en primer lugar, la falta de tiempo, en segundo lugar, falta de necesidad. Este grupo esgrime dos grandes argumentos: por un lado, la afirmación de que tanto quien cursaba seriamente la carrera como aquel que trabajaba se veía imposibilitado de cualquier actividad de esta clase en paralelo; y por otro lado, el planteo de la ausencia de necesidad, la descripción de la institución como un lugar de formación gratuito y completo, que otorga un panorama amplio, de formación integral que supera necesariamente una serie de cursos aislados por fuera de ella.
Aparece entre los encuestados la mención de haber hecho cursos antes o después, pero no durante. Surge la idea de que el IUNA es el tramo inicial de una carrera de formación continua, cuyo eje central es el escenario.
La palabra “exigencia” se repite de manera insistente en las respuestas, así como la indicación de que la misma dejaba pocas ganas y poco tiempo libre para talleres particulares.
Entre las respuestas aparece también una mirada singular que afirma que la carrera logra un entrenamiento actoral, físico, vocal e intelectual, capaz de estimular como alumnos y como artistas, y que si los intereses apuntan a la danza, la dramaturgia, la iluminación, seguramente se trata de un error al haber elegido la licenciatura en Actuación.
Por último se señala el lugar de los docentes (los elegidos o los que tocaron en suerte) y se plantea hasta qué punto un eje central de la carrera depende de su compromiso con la enseñanza y del vínculo que establecen con los alumnos.
Cuando se observan las respuestas del grupo mayoritario surge también la cuestión del tiempo que impone la carrera y aparece el deseo cumplido a medias, la confirmación de que se hicieron seminarios pero que se hubiera querido hacer muchos más. En este marco se visibiliza otra variable, la económica: la escasez de recursos económicos impide hacer frente a la enorme lista de seminarios, cursos, talleres, señalados como deseables.
En este conjunto de respuestas aparece la misma cuestión tratada desde dos posiciones antagónicas: “es necesaria la formación paralela para profundizar lo variado pero superficial” o “la carrera brinda tantas cosas, tanto en las asignaturas prácticas como teóricas, que crea en el alumno la necesidad de continuar indagando, experimentando, explorando aun más en los aspectos de su formación”.
Es muy interesante ver cómo la noción de diversidad aparece ligada indistintamente a algo positivo –despierta la necesidad de seguir los caminos propuestos– y a un rasgo negativo: es diverso, por ende, es poco profundo.
Cuando se pregunta por la elección complementaria se encuentra en la lista de las respuestas: bufón, máscara neutra, teatro físico, clown, danza, comedia musical, canto. Se menciona falta de espacio para el entrenamiento actoral y la ausencia de dramaturgia.
(¿cómo cubrir todos los intereses?, ¿cuáles son pertinentes, cuáles no?).
Hay quienes sostienen que la carrera funciona como un primer acercamiento a todo pero que no alcanza, otros afirman que están conformes con las propuestas de actuación, con la formación actoral de la carrera; hay quienes dicen que sería necesario agregar mayor entrenamiento en relación con la comedia. En cambio otros cuentan que eligieron paralelamente formación actoral porque les interesaban otras estéticas. Entre los nombres propios que aparecen están: Angelelli, Audivert, Bartis, Cáceres, Casablanca (en prolijo orden alfabético), otros, en cambio, prefieren no dar nombres. También aparecen nombres propios pero ligados a la dirección, como en el caso de Szuchmacher, o a la dramaturgia, como Arias.
En relación con las razones, surge nuevamente la idea de que el IUNA les generó inquietudes que los estimularon a profundizar intereses personales.
Uno de los datos más recurrentes que aparece en la encuesta es la inscripción en talleres tanto de clown como de canto (lideran la encuesta), le sigue la danza. Entre quienes eligieron estos talleres, algunos afirman que a la carrera le faltan materias vinculadas al movimiento y a la voz (aunque la mención se refiere al canto y no a la proyección de la voz o a la vocalización, que podrían ser –pero no son– preocupaciones atendibles).
Otra de las cuestiones mencionadas de manera sistemática tiene que ver con el reclamo de que haya mayor contacto con el público. Y lo interesante es que esto no aparece vinculado a la formación paralela, nadie dijo que hacía cursos afuera para cubrir la necesidad de escenario o de contacto con el público. Es decir, es una demanda que se realiza hacia el interior de la institución. (Nobleza obliga, más de una vez asistí como público a trabajos de alumnos, en algún teatro, en el aula teatro de French o en la sede de Venezuela. ¿Dependerá de los profesores, de los alumnos, de las circunstancias?).
Para ir concluyendo, dos respuestas extendidas aportan informaciones, seguramente polémicas pero interesantes.
En uno de los casos, alguien manifiesta que no egresan preparados para producir, ni “empapados” del movimiento real de circuito teatral, y que la institución opone resistencia a la actuación paralela que no hace más que enriquecer el aprendizaje.
El otro caso implica una respuesta personal pero que seguramente representa a más de uno: el planteo de que para armar un buen currículum es necesario estudiar con “privados”, que son los que conectan con el mundo del teatro. La ventaja de esta complementariedad es que uno los elige y que si no le gustan puede irse libremente, mientras que en el IUNA uno tiene que quedarse aunque no le guste el docente, so pena de atrasarse, etc. En esta línea dirá que la institución presenta el mundo desde lejos y que después uno debe ir a buscarlo, como sucede en el resto de las universidades. Uno accede a la profesión, nos dice, por los contactos que hace.
Como puede observarse, las miradas de los egresados son diferentes e incluso contradictorias entre sí, pero hicieron un largo recorrido en la institución y por eso sus palabras son valiosas, se acuerde o no con ellas.



EMAD
El 25% de ex alumnos y ex alumnas de actuación de la EMAD que respondieron nuestra consulta no buscó ningún tipo de formación relacionada con la actuación mientras cursaron es esa escuela. El otro 75% ha tomado por fuera y en paralelo con la EMAD clases de actuación, clown, canto y distintos tipos de danza (una variada gama que va desde tap hasta el tango), además de otros entrenamientos físicos e incluso instrumentos musicales. A la vez, es notable que todas y todos ingresaron a la EMAD con sus respectivos caminos ya hechos que, en ningún caso, pueden considerarse simples iniciaciones, llegando a constituir algunos de ellos un derrotero más que respetable.
Es tal la variedad de intereses que parecería inabarcable para esa institución pretender satisfacerlos en su seno. Tengamos en cuenta que no estamos refiriéndonos a una casa de estudios que alberga multitudes de artistas por venir y, por ende, cuenta con un claustro profuso, pues el número anual de vacantes no supera en promedio los 60. Cantidad que puede parecer suficiente hasta que la ponemos en el contexto de una ciudad con una vida teatral desbordante, y de un país con una loable tradición de enseñanza pública y gratuita.
Pero hay un tema que, no siendo el objeto de este artículo y ni siquiera habiéndose preguntado, apareció –directa o indirectamente– en varias respuestas: la insatisfacción con la formación recibida de parte de algunos docentes de la casa. Valgan dos fragmentos de esos inesperados testimonios: “Al no poder elegir docente, queda librado al azar el destino de tu carrera: podés tener docentes útiles o docentes que no te ayuden y que sean unos municipales a los que no les interesa enseñar sino cumplir horario (y a veces ni eso)”; “Los ingresos son muy difíciles, y cuando llega la carrera hay una desilusión tremenda: hay profesores que han sido repudiados sistemáticamente desde hace años por todos los que pasan por sus clases pero son inamovibles, y eso va desgastando las ganas de continuar en la institución”. Y si bien reconocen la labor de docentes que demuestran un claro compromiso tanto con los educandos como con la misma escuela y con su futuro, ven la dificultad de aunar fuerzas en el alumnado para proponer cambios. (Ante esto último es imposible no detenerse y decirles a quienes combatieron en soledad o en clara minoría que, aunque sea indeseable, han tenido ahí un buen entrenamiento como bienvenida a la incapacidad de organización de la gente de teatro porteño, fruto indiscutible del individualismo de nuestra sociedad sazonado con dos décadas de menemismo cultural o, si se prefiere, de posmodernidad vernácula).
De todos modos, y sin negar las voces que piden cambios, es bueno preguntarse no sólo si la EMAD (o el IUNA, por caso) podría sino también si debería brindar una formación que contuviera todas y cada una de las necesidades del alumnado. Porque aquí caminamos por la delicadísima línea que separa las limitaciones de la oferta estatal con la saludable invitación a indagar por fuera de la institución, evitando modelarse –o moldearse– a imagen y semejanza de ese o esa docente que haya tocado en suerte (o por desgracia). Preguntas que hay formadores que vienen ya formulándose algunos formadores y que quizás debieran hallar respuesta en un diálogo más amplio que incluya a quienes egresaron, a aquellos que se formaron en otros ámbitos, a directores teatrales. ¿Que es demasiado? Por supuesto: todo cambio es ciclópeo, y más cuando de la educación y la formación se trata, pues se ponen en juego concepciones políticas y éticas. A no ser que alguien siga creyendo que educar a una actriz o a un actor no va más allá de una mera instrucción estética.


Especial agradecimiento a Ana, Gisel, Lidia, Tamara, Carla, Miguel, Cecilia, Nicolás, Diego, Belén, Cecilia, Fabián, Gonzalo, Fiorella, Eugenia, Pedro, Cristian, Sol y a todos los que, por razones diversas, no nos dejaron sus nombres pero ayudaron a construir estas respuestas.

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