lunes, 7 de septiembre de 2009

El invitado ausente

Por Ana Durán

Hace bastante que venimos pensando qué posibilidad de vínculo existe o podría existir entre el teatro independiente y los jóvenes. Digo jóvenes porque creemos que su filiación con el mundo de la superposición de imágenes (Internet, videoclip) los hace más cercanos a ese teatro. Digo “venimos pensando” porque somos un equipo de siete personas los que integramos el Programa de Formación de Espectadores. Hasta ahora hicimos hincapié en los jóvenes: sus hábitos, sus gustos, la manera en que se puede llegar a ellos, la dificultad que nos genera caer en la tentación de generalizar, la infaltable presencia de nuestros prejuicios. Pero éste, el de Funámbulos, es un espacio ideal para ordenar algunas reflexiones en relación al rol del teatro y sus artistas. Algunas cosas fueron dichas en el marco del segundo encuentro que organizó el Colectivo Teatral el año pasado (está el video en Internet y recién termino de verlo otra vez) y muy pocas opiniones expresadas en esa oportunidad son amables. Lo siento de veras, pero sigo pensando lo mismo. Les voy a proponer algunos axiomas (digo esto jugando un poco) y después intentaré explicarlos de a uno:
• los artistas quieren reconocimiento
• ese reconocimiento no es tal si no viene de sus pares o de algún grupo de gente cuyas cualidades sean similares a las de sus pares
• ese reconocimiento puede ser cuantitativo (que rebalse la sala) o cualitativo (muy buenas críticas, invitación a festivales, aprobación de aquellos a quienes consideran de igual o superior nivel intelectual o artístico. Si se puede arrasar con ambos reconocimientos, mejor. Pero si hay que elegir, es probable que la gran mayoría elija la segunda opción.
La inquietud de los teatristas todavía sigue siendo aparecer en los medios. Y eso no está mal. Han trabajado durante un año en el mejor de los casos y esperar esos reconocimientos parece lógico. Recuerdo siempre que con El hombre de arena, el límite era que no hubiese más gente actuando que espectadores, según cuentan los Periféricos de Objetos. Por un lado, hay un tiempo y una lógica en el tiempo –la permanencia y la constancia– que parecen haber pasado al olvido. Pero por otro lado, hace mucho pero mucho tiempo que no escucho que a nadie le interese algo más que esos reconocimientos. ¿Y la gente? ¿Qué pasó con la gente?
Voy a completar estos axiomas en una sola frase:
• el Programa de Formación de Espectadores no da prestigio porque pensar en “la gente no habitué del teatro” no está en el universo de reflexión de ninguna persona de teatro.
Lo exagero. Necesito hacerlo. Por diferentes razones estoy muy cercana a los modos de funcionamiento y de reflexión de algunos grupos de teatro comunitario y es como si se tratara de dos universos que hablan en idiomas diferentes. El teatro comunitario no hace nada si no es desde la gente, con la gente y para la gente.
Sí, ya sé que es muy atractivo el discurso estético y político de quienes arman un espectáculo para 20 espectadores. No se trata de que no exista teatro experimental. Hace once años que hago (hacemos con Federico Irazábal) una revista para poquísimos, que habla de poquísimos y no se necesita ser muy inteligente para colegir que es elitista. No se trata de lo uno o lo otro. Pero entonces convengamos que es mentira que el teatro independiente quiera más público, si a todos les alcanza con hacer teatro para 20.
Estar en nuestro programa no da prestigio, pero hay algo peor: contadas veces produce modificaciones en los artistas el encuentro brutal entre el micromundo de quienes formamos parte del teatro independiente y el resto de los mundos (adolescentes de Soldati, Barracas, Villa Real, Urquiza o del barrio que quieran; chicos que se reinsertan en la escuela para tener un título; jovencitas embarazadas; pibes que viven cerca o dentro de una villa; adultos con disminución visual o sordos; adultos que están terminando la escuela…). Más allá de la enorme predisposición que los elencos ponen en ese encuentro, en general les sirve para saber que existen otros mundos y qué opinión tienen de su obra las gentes de esos mundos, pero hasta ahora no vemos que los haya modificado al punto de empezar a pensar qué pasaría si esa energía que destinan para aparecer en los medios y ser reconocidos la destinaran a pensar y actuar en relación a aquellos que simplemente están a su alrededor pero hasta ahora les resulta invisibles. ¿Armar un grupo de teatro, hacerse un par de obras y salir por las escuelas? Jamás apoyaríamos eso. Si creamos el Programa es porque queremos al teatro que se hace en esta ciudad. Pero ciertamente hay y hubo muchas formas de trabajar con y para la comunidad sin hacer teatro comunitario. Y ciertamente, no todo el teatro independiente es tan experimental que necesite encerrarse a crear y salir un año después al mundo, que en ese año, seguramente, cambió muchísimo.
Que la gente necesita el buen teatro es una verdad que abonamos cada uno de estos cinco años de trabajo. Que el teatro no necesita de la gente aunque se la pase diciendo lo contrario, es una verdad no irrefutable pero sí contundente. De hecho existe sin gente, porque se alimenta de otras cosas. Está distraído porque todavía espera la salvación individual: ser el próximo La omisión de la familia Coleman; porque el público que no responde al modelo de sus pares puede venir con chicos que siempre molestan, o desconocer que alguien viene de Spregelburd o está discutiendo con la estética de Veronese, o se ríe de la moda de los Biodramas.
Supongo que el ideal es convencer acerca de las mieles del teatro independiente al sector de “consumidores culturales” profesionales de clase media y media alta que no tienen al teatro como menú, porque abrir nuevos “mercados” entre quienes tienen poco acceso a la cultura (algunos por condición económica y otros simplemente porque los bienes culturales no les llegan) es algo engorroso, y es más fácil depositarlos en el cajón de los organismos de desarrollo social. O del Ministerio de Educación, y punto.

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