Por Ana Durán
En esta vuelta de Funámbulos, diez periodistas y el coordinador de un taller de dramaturgia nos ponemos de acuerdo en pensar el teatro contemporáneo de la ciudad. Aunque la mayoría de nosotros no se ponga de acuerdo.
Algo dijimos ya en el Editorial. Ésta es una nueva etapa y como tal nos devuelve el entusiasmo luego de aquellos momentos que percibimos como agotados. Definamos nuestro agotamiento: quienes dirigimos la revista creemos que ésta no es la mejor de las épocas para el teatro porque perdió profundidad de búsqueda y de tiempo de producción para que aparezcan estéticas no nuevas pero sí personales. Pensamos con nostalgia en los prolíficos y cuestionadores años 90, cuando alguno de nosotros fue seis veces a ver Máquina Hamlet y otro decidía que tal o cual director (además autor, poeta o artista visual) iba a ser objeto de su investigación. El “fast theater” sale con fritas y dan pocas ganas de salir a la noche para que el resultado sea una buena de cada diez, con suerte. Bien. Quienes dirigimos la revista queremos seguir haciéndola pero no hay mucho positivo que tengamos para decir. Esa fue la razón por la que pensamos en nuestras raíces, en el número 1 de
Funámbulos cuando Luis Cano y Federico León hacían sus primeros pasos como nosotros y difundíamos las obras o reflexionábamos acerca de los noveles Beatriz Catani, Jorge Sánchez, Gustavo Tarrío, Ciro Zorzoli, entre otros. Queremos volver allí pero siendo lo que somos hoy. Esto es, queremos que vuelvan a aparecer aquellas preguntas iniciáticas sobre el teatro (quién lo hace, cómo lo hace, por qué lo hace, para qué lo hace) pero haciendo lo que mejor sabemos, que es organizar, producir y editar una revista de teatro. El plus es la convocatoria a otros periodistas o investigadores que ya vienen pensando y transitando por las filas del teatro independiente desde sus múltiples lugares de reflexión (la web, el periodismo gráfico y la academia) con una mirada que, creemos, resulta renovada y multiplicadora.
Por eso, en las páginas de este nuevo número de Funámbulos el lector podrá encontrar diferentes maneras de pensar (algunas contradictorias, inclusive) tanto como diferentes estilos; y ese encuentro, que es más horizontal que vertical, nos enriquece a todos y nos devuelve al lugar de la pasión.
Hay un dato muy importante: estamos muy entusiasmados con lo que ofrece este número porque nos sirve para empezar de cero con las diferentes preguntas acerca del teatro. Es como volver a ver a alguien que uno ama pero con ojos renovados. ¿Qué pasó con el teatro después de Cromañón? Sabíamos que había habido un cambio sustancial en la forma de supervivencia, legalidad y organización de las salas y sospechábamos que eso había influido en las estéticas, pero no conocíamos el detalle de las diversas leyes y ordenanzas y hasta qué punto el cuento del arbolito llevó a algunos artistas a armar rancho aparte. (¿Sabían que el año pasado le llegó una citación judicial a Leónidas Barletta en el Teatro del Pueblo?). Una extensa investigación se ocupa en detalle de estos temas y recoge testimonios de los más variados.
Otra nota parte de las modificaciones que produjo el lema “somos actores y queremos actuar” y la explosión de la ficción televisiva, además de la mano de obra regalada, luego de la salida de la convertibilidad. Nos preguntamos, entonces, cuál es el lugar del teatro independiente y de sus artistas cuando están tan tironeados por el dinero y el reconocimiento mediático.
De manera complementaria, también se reflexiona activamente y hasta con cierta acidez acerca del lugar que el dinero ocupa en el teatro independiente (¿será por eso que hay que buscarlo en otro lado?) y, por qué no…, ¿alguien piensa en el “público” o es un concepto setentista y ahora más bien lo esperable es pensar en términos de “taquilla”?
En otro bloque destinado más a cuestionamientos artísticos que de producción teatral, se inicia una interesante exploración sobre la formación del actor en nuestra ciudad, y acerca de una nueva modalidad: la aparición de los blogs, para dar cuenta del proceso creativo de los espectáculos o, en algunos casos, como objeto artístico sucedáneo del hecho teatral.
Y para que sea una revista anclada en 2009 también iniciamos una investigación que tiende a encontrar los hilos que vinculan al teatro con la tecnología: ¿es un recurso obligado para quienes quieren hacer “teatro moderno” y por lo tanto una moda, o es una herramienta a la que se le está encontrando su “teatralidad”?
Por último, nos preguntamos acerca del centro, de la periferia y de la repetición de modelos agotados para alcanzar ese lugar central del teatro off o alternativo que, por supuesto, aunque se proponga estar en el borde del establishment tiene un centro en el que se ubican los consagrados.
Y en esta nueva etapa también vamos a publicar textos teatrales, porque sabemos que siguen siendo útiles para toda la comunidad teatral: a los que los escriben, porque en general es Funámbulos quien primero los publica, y a los actores y directores porque tienen material de trabajo.
Pero en esta tercera etapa, como ya dijimos, todo cambió a nuestro alrededor, y los tiempos en los que la dramaturgia se inscribía en la escena y el autor del texto estaba diluido también pasaron. Hoy por hoy hay muchísimos talleres de dramaturgia, el autor conoce que su texto será modificado en la escena, pero se atreve a escribir sabiendo que es sólo un ejercicio de escritura si no toma cuerpo en un escenario. Los funámbulos queremos hurgar en esos talleres para enterarnos de qué se está escribiendo, con qué parámetros y para qué. Por eso, en este número convocamos a Marcelo Bertuccio, quien generosamente hizo una preselección de obras breves del taller que coordina, y un prólogo en el que da su punto de vista acerca de las dos obras inéditas que publicamos: Lidia, de Ignacio Santillana, y Pica pica bajada de cordón, de Verónica McLoughlin.
Ojalá que en esta nueva etapa volvamos a estar en la misma sintonía.
lunes, 7 de septiembre de 2009
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