domingo, 17 de mayo de 2009

Zona crítica

HARINA
Por Juan José Santillán
Unipersonal creado por Carolina Tejeda y Román Podolsky. Con: Carolina Tejeda. Dirección: Román Podolsky. Del Abasto. Humahuaca 3549. Domingo, 20.30 hs. 12 pesos.

El unipersonal de Román Podolsky, interpretado por Carolina Tejeda, es una ojeada a la vida de Rosalía (Carolina Tejeda). Tiene una puesta austera que recrea, con pocos elementos, una casa en algún paraje rural detenido en el tiempo. Un lugar que fue abandonado por el trazado ferroviario. En este caso, el tren interviene en las vidas por su ausencia; crea el marco para expulsar todo aquello que redunda en su mecanismo devastador de progreso: personas, historias, vidas. Pueblos de Santa Fe y Santiago del Estero mencionados en la obra son mojones de referencia concreta de Harina.
Entonces, lo que subsiste es un componente histórico desplazado en la espera: el movimiento de amasar imágenes realizado por Rosalía. Las vidalas, que entona caja en mano, son la nostalgia de los desterrados. Pero ella permanece en el pueblo, en su casa. La mujer elabora el pan y cobija la memoria en el tiempo muerto, con remembranzas de un relato que atraviesa una quietud avasallante. “Para dormir tenés que olvidar. Yo no me puedo dormir.” El desvelo sirve para el recuento de su vida, ya que “hacer el pan” es el encuentro con aquellos que se fueron y, a la vez, un elemento que trae la memoria de un amor elemental. Es mínimo el movimiento que plantea Podolsky en su puesta. Es cierto que roza en varios puntos las propuestas del biodrama. Hay un tono que por momentos exagera el acento pueblerino. Tranquilamente, la permanencia de Rosalía más que un acto de resistencia, puede ser la ilusión en la vida de los desvelados.


Parece algo muy simple
Por Mónica Berman
Dramaturgia y dirección: Adrián Canale (inspirado en un relato de Raymond Carver). Con: Marcelo Subiotto, Carolina Tisera y Alejandro Vizzotti. Puerta Roja. Lavalle 3636. Reservas al 4867-4689.

La obra es la escritura escénica, dramatúrgica, que produjo Adrián Canale sobre un cuento de Raymond Carver, traducido en nuestra lengua como Parece una tontería. El pasaje de un título al otro compromete mucho más que una diferencia léxica, ciertamente sutil.
El camino más sencillo de la narrativa a la dramaturgia suele ser el de la ilustración. Casi contar la misma historia poniéndole la materialidad de los cuerpos. No hay ni el mínimo riesgo de que ello suceda en este caso. La puesta no ilustra el cuento. Asume un lugar absolutamente propio, ganado por mérito de la versión y de las actuaciones que sostienen de manera consistente una configuración autorreferencial, que denuncia su carácter de representación escénica.
Del narrador omnisciente y su estilo indirecto libre se pasa a tres personajes que cuentan un relato, ¿el propio relato? ¿el relato de otro? La lectura del final nos hace dudar: ¿a quién pertenece la historia que se cuenta?, ¿las historias le pertenecen a alguien?, ¿son de las voces que las soportan y de los gestos que las convocan? Los textos memorizados, la automatización, las repeticiones, los títulos que organizan interna y tímidamente los sucesos. Los actores conmueven y distancian.
La puesta en escena aprovecha al máximo sus materias significantes, permite lo que la escritura lineal no permite, la simultaneidad, las voces que se superponen, los cuerpos que se quiebran, la mirada al público y su construcción como interlocutor. La textura y el sabor del pan, que, ya se sabe, parece algo tan simple pero sienta tan bien…

Alguien boca arriba
Por Sonia Jaroslavsky
Intervención teatral. A partir de fragmentos narrativos de Samuel Beckett. Dirección: Martín Wolf y Marina García Barros. Intérpretes: Valeria Kamenet, Eduardo Spindola, Juliana Piquero. Querida Elena, Calle Pi y Margal 1124.

Un silencio respetuoso al finalizar, saliendo al patio de la casona (tipo italiana, principios del siglo pasado) donde nos esperaba un delicado tentempié preparado por la dueña de casa, quien exponía sus fotografías a la luz de velas. Sin aplausos para hacer la separación entre representación y realidad, vida cotidiana de ficción, intérprete-espectador de intérprete-artista. Sin embargo no fue un ritual y todos los asistentes tuvieron en claro que se trató de un encuentro artístico. La performance teatral dirigida por Martín Wolf y Marina García Barros constó de tres escenas en las que cambió el espacio donde transcurrían –cambiamos todos de espacio, literalmente, recorriendo las habitaciones del lugar–, mostró tres maneras de abordar la inspiración beckettiana que dio soporte a Alguien boca arriba… Objetos y videos como instalaciones plásticas, iluminación sutil e inquietante –directamente parte del lenguaje, un lenguaje oscuro–, sonido pregrabado (lo necesario) que no hace más que recordarnos que nos rodea el silencio, distintas formas de ubicar al público en los espacios –suficientemente incómodo, demasiado cerca de la acción como para poder percibir un todo, reducido el número tal que nos sea difícil escabullirnos en el anonimato–, todos elementos que enmarcan la actuación en una estética que acentúa la dramaturgia despojada, pero a la vez trabajada, tal que suponemos una profunda preocupación por lo que se desea que suceda en este corto e intenso encuentro nocturno. Podríamos seguir recorriendo la casa, como en un juego perverso, buscando presenciar más momentos de personajes crispados, encriptados, pequeños. Las performances son una maravillosa oportunidad de sorprender nuestra cansina seguridad sobre tiempo-espacio.

El 3340, con humos de cabaret
Por Mónica Berman
Actúan: Marina Bellati, Mónica Cabrera, Damián Dreizik, Noralih Gago, Eugenia Guerty, Pablo Palavecino, Germán Salvatierra, Georgina Rey. Dirección: Juan Parodi. Miércoles, 21 hs. Anfitrión. Venezuela 3340.

El 3340 es un varieté que recrea un cabaret. Y en ese “juguemos a que este lugar es…”, el espectador se detiene en la silenciosa calle Venezuela 3340, hace el guiño, el visto bueno, entra y se cree el engaño. Entre largas boquillas y mucho velo rojo unas gacelas con labios color estrella invitan a pasar. Te acomodan en las mesas que rodean en U el escenario. Pero el espacio escénico termina abarcando toda la sala ambientada con una estética estilo película Almodóvar con pizcas de arrabal porteño. Mientras, escuchamos a Ramona Galarza o Mina. Una mezcla extraña y seductora. La velada es anunciada por Concha del Río (Gago), una diva latina en decadencia, que oficia de presentadora y enlaza mágicamente los números: una bataclana (Cabrera), que muy a tono con la posmodernidad devino en voz de una hotline; una profe de gimnasia (Guerty) que se dopa para sobrellevar la primera vez en un escenario contando chistes ¿malos?; los ya clásicos playbacks de la gorda recuperada o el de la evangelista (Palavecino); una “medi” (Bellati) que se manda “garcadas” por mala praxis; un fóbico (Dreizik) que tuvo brotes hasta de soja y simplemente no da más. Pero si esto era poco, se suman el baile de las cuatro piernas (Salvatierra) y el streep de la derrota (Rey).
La clave que encontró su director, es producir una forma donde los números complementen la totalidad sin perder su brillo. En la selección de los números se evidencia la búsqueda de un hilo conductor al introducir en su contenido seres decadentes y tiernos que tienen melancolía de lo que no son, no pueden, o de lo que fueron alguna vez. Pero, con cierto glamour berreta, se presentan con toda su dignidad, y al estar caricaturizados, nos dejan ver que cuando el humo se disipa, en sus caras se entreabre una sonrisa.

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