lunes, 18 de mayo de 2009

La presencia del cuerpo ausente

Por Ana Durán

La tragedia imposible, la tele que mediatiza una verdad incapturable y el cuerpo ausente en la era de la tecnología fueron el punto de partida. En medio o en las fisuras, el teatro, artesantal y noble, resiste con su “mentira escénica”.

La historia de este número de Funámbulos empezó con una interpelación famosa, un legislador y una pantalla de televisión a través de la cual se condensaba su actuación mientras se diluía la tragedia. Silencios a la espera del climax luego del que se escucharía “Los chicos... Presentes... Ahora... y siempre”. Como una granada que estalla en nuestras manos, aparecieron de golpe las mil y una mediatizaciones: el simulacro de juicio a Michael Jackson, las cámaras sorpresa, las cámaras testigo, los documentales, los reality shows... Los mil y un formatos que hacen verosímil la verdad que se diluye, la que es imposible de capturar.
Si el hombre está atravesado por los códigos de los medios y percibe que a su alrededor todo es actuación y mentira, ¿cuál es el lugar de la mentira reveladora que el teatro ofrece desde hace siglos exponiendo nada menos que el propio cuerpo? ¿Es ingenuidad o resistencia creer en la “verdad escénica”?
Y de paso ¿dónde quedó el cuerpo en las artes atravesadas de tecnología? ¿Qué debates hay con respecto al cuerpo y los órganos, a las cirugías estéticas, al cuerpo expuesto de manera pornográfica, al escamoteado por una parte de las experiencias en las artes visuales?
En medio de tantas preguntas, se estrenaron al menos media docena de adaptaciones de tragedias, como si en ese género que nunca deja de agonizar, alguien estuviera revolviendo desperdicios para encontrar respuestas. Algunas están analizadas, otras mencionadas, y una publicada: A Mamá. Variaciones sobre un tema trágico. Porque en esta obra con dirección de Guillermo Cacace se naturalizan el crimen (¿y dónde estaría la tragedia?), la perversión y el caos. Como si la anestesia de tanto zapping que distrae de los Holocaustos de hoy, que oculta al enemigo, que superpone discursos hasta hacerlos irreconocibles, nos hubiera convertido en el yo dividido del Hamletmaschine, de Heiner Müller: “Yo desgarro mi carne sellada. Quiero habitar mis venas, en la médula de mis huesos, en el laberinto de mi cráneo. Me retiro a mis tripas. En alguna parte están quebrando cuerpos para que yo pueda vivir en mi mierda. En alguna parte están abriendo cuerpos para que yo pueda estar solo con mi sangre. Y tomo asiento en mi mierda, en mi sangre. Los pensamientos son heridas en mi cerebro. Yo quiero ser una máquina. Brazos para agarrar piernas para andar ningún dolor ningún pensamiento”.

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