domingo, 17 de mayo de 2009

Un corte

Por Daniel Rubinsztejn

Nuestro especialista en psicoanálisis escribe, esta vez, dos textos desde perspectivas
distintas. Y en el segundo, por supuesto, habla de la crítica.

Entre el hombre y el mundo hay un muro.
Hay un mundo y hay una escena en el mundo. Cada quien juega un juego que no comprende, que no escribe ni dirige. Se está en alguna escena, formando parte de ella, incluso desde antes del nacimiento, sin saber que se trata de una escena.
Realidad y fantasía tienen un extraño entramado en el que se transita un lado tanto como el otro, sin que medie un corte entre ambas. Efectivamente se trata de una dificultad. Fantasía y realidad (mi, nuestra, la de ellos) son el resultado de un corte constitutivo y constituyente entre el hombre y el mundo. Corte que jamás será suturado. Hay un muro.
El universo entero parece disponerse para entorpecer encuentros con el placer:
La naturaleza con sus inundaciones, maremotos, temblores.
El cuerpo con su permanente degradación y corrupción.
El amor, que promete felicidad, y promueve dependencia.
Las relaciones con los semejantes cuando se reducen a humillaciones y explotación.

Permanecer despiertos veinticuatro horas es insoportable porque el mundo lo es. Dormimos un tercio de nuestras vidas. El mundo trae malas noticias, es la presencia de la insatisfacción y la escena de la vida no puede eludirla.
Se duplica entonces cuando sobre la escena del mundo se monta otra, un teatro onírico. Mientras soñamos vivimos en el sueño, sin conocer que hay allí un mensaje, un guión que no sabemos que sabemos.
Sólo a veces, pocas veces, nos percatamos de que es sólo un sueño. Posiblemente porque la angustia anda cerca(ndo). Y se sale de esa escena onírica para pasar a otra escena en el mundo, sea en el dormitorio, en un tren, o abrazados a alguien desconocido. Transitamos así de escena en escena. Entre ambas: angustia.
Play scene como en Hamlet. Actores que montan una obra –escrita por el personaje– sobre la obra. Al verla, sabemos como espectadores que es una obra tramada como señuelo. Pero ¿acaso no olvidamos por un instante que la obra oculta, duplicando, a la (otra) obra? La mirada del espectador queda atrapada por el montaje en el montaje.

A veces ocurre que, con o sin intención, el autor-director nos arroja fuera de la escena teatral (nos devuelve al dormitorio). A veces para enviar un mensaje que la trama no alcanzaría a decir. Produce así una inversión de lo que para Umberto Eco fue una necesidad: escribir ficciones para intentar decir lo que con sus estudios y ensayos de semiología no alcanzaba. Para él, fue preciso pasar de la escena dominada por los discursos de la ciencia a la de la ficción. Otros, en cambio, necesitan o simplemente desean pasar de la ficción teatral a un lenguaje que cree poder decir la realidad (la de él, la nuestra, o la de ellos), constatarla, o denunciarla. Quizá su objetivo sea gritar (a veces gritan) que el teatro no alcanza para cambiar la realidad (¿cuál?) y que es necesario introducir algo que astille la escena… pero olvidan que de inmediato nos sumergimos en otra. Entre el hombre y el mundo hay un muro.
Quizás el (¿buen?) teatro sea un modo de espiar a hurtadillas la sexualidad, la locura y la muerte. La escena sobre la escena mitiga el horror de un encuentro con un sol que ciegue, con una cabeza de medusa que paralice, o con una zarza ardiente que lleve a la muerte. Un modo de eludir pero también de aludir, y entre ambos algún placer obtenido.
Entre el hombre y el mundo hay un muro hecho de realidad y fantasía. Por eso el sueño, por eso el teatro… aún.


EL CRÍTICO, UN LECTOR
La relación del crítico con el autor, director, actor, no es de ningún modo proyectiva, no es imaginaria. El autor no es un otro del que el crítico debiera enamorarse u odiarlo, no es tampoco una imagen.
El autor, el director, el actor son sólo ¡un deseo! Son cada uno, el deseo de escribir. Un crítico lee (mira) una obra y quizá despierte en él el deseo de escribir. Una lectura que llama a una escritura.
La obra seduce pero al mismo tiempo insatisface. Es modelo pero al mismo tiempo muestra sus carencias que llaman al crítico a completarla, a suplirla, es decir, a animar su deseo de escribir. “Parece practicar una escritura transitiva (sobre algo) pero lo que realiza es de hecho una escritura intransitiva: escribir, un verbo sin complemento, escribir el deseo de escribir.”

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