lunes, 18 de mayo de 2009

Tomar la palabra

Por Daniel Rubinsztejn

“Cuando una masa de gente grita (¡pan!) todo el peso del mensaje se transporta sobre el emisor; y el grito es suficiente, aun en el caso de cien bocas, para constituirlo en un sujeto único.”
J. Lacan

Así es una masa. Y no importa la cantidad de individuos que la componen, hay masas de dos, incluso de uno... Pensemos si no en lo que ocurre por la noche cuando miles de personas se sientan solas frente al televisor y hacen masa, hipnotizadas por algún ideal, por una imagen. Ésta es la clave: hacer uno con otros, aunque no se encuentren juntos, en torno a un ideal común.
Lo que unifica es el ideal, y frecuentemente un líder ocupando ese lugar. No hay uno antes de que algún ideal unifique, incluso nombre, a los unificados en tanto masa.
Sin embargo no es suficiente con el ideal. Es necesario un otro semejante, pero enemigo, de quien diferenciarse, incluso odiar.
Para mantener la cohesión del uno, es necesario compartir un ideal negativo: unificarse contra alguien.
Pero se trata de palabras. En efecto, la palabra es el medio más poderoso que permite a un hombre influir sobre otro. Así, el mundo de los hipnotizados en una masa se restringe al hipnotizador. Se transforman en dóciles, sometidos y bobedientes, crédulos en grado casi ilimitado hasta llegar a ver y oír como si se alucinara lo que no hay, o que no se vea lo que existe (alucinación negativa).
Como dice el dicho “Ver para creer”, pero se ve lo que el hipnotizador dice que hay que ver... y se cree en ello.
Ciertas relaciones amorosas se asemejan a una masa de dos. Una hija con su madre, un enamorado, abandonado a su amada. Fascinación y servidumbre amorosa. El hipnotizado da las mismas pruebas de humilde sumisión y ausencia de crítica que el enamorado con respecto al objeto de su amor.
Los hipnotizadores también tienen algo en común: la sugestión.
Sugestionan el líder, los padres a sus hijos, un director, el terapeuta, y arrasan así la iniciativa del sumiso hipnotizado que sólo responderá por lo que hace o piensa con un pretexto medianamente adecuado, sin saber de su obediencia a la sugestión.
Una masa, lo sabemos, eleva la afectividad y anula al intelecto. Fomenta la imitación y el contagio, es decir la identificación recíproca; levanta inhibiciones a costa de inhibir el pensamiento.
El psicoanálisis, a diferencia de la psicoterapia, cuida la independencia final del analizante. Con un horizonte de libertad se propone que tome la palabra.
El analista no se propone como ideal ni propone alguno para seguir. Entonces, la palabra que con su poder ha enfermado, ahora podrá desanudar padecimientos.

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