lunes, 18 de mayo de 2009

Qué literatura para qué proyecto nacional

Por Federico Irazábal

Si toda fundación de una cultura implica un acto de violencia, ¿cómo se fundó este país? Un breve análisis a partir de algunos mitos nacionales y colectivos según la mirada de David Viñas.

No son pocos los intelectuales que se han dedicado a pensar sobre los orígenes de este trozo de tierra, habitado por una diversidad cultural notable que poco a poco fue homogeneizándose a costa de sangre, invasiones y destrucciones. Esos intelectuales se han dedicado a mirar cómo las distintas generaciones desde principios del siglo XIX han pensado la “argentinidad”, cómo han recortado la historia desde una determinada óptica, o cómo la han construido a “imagen y semejanza” de una idea (regulativa, hegeliana).
Entre ellos tal vez uno de los más notables y trascendentes ha sido, y es, David Viñas, no sólo por su erudición y lectura crítica, sino porque lo ha hecho como proyecto y obsesión (en sus Literatura argentina y realidad política, en Indios, ejército y frontera, en Grotesco, inmigración y fracaso). Ese proyecto y esa obsesión podrían ser catalogados como el esfuerzo por desacralizar mitos, valores consagrados, figuras intocadas, tabúes reiterados. Viñas dixit: “Algo entendieron con precisión los ideólogos de la república conservadora a partir del momento en que asumen la coyuntura de complementariedad de fines del siglo XIX: los planes y los arquetipos imperiales que exaltaban proyectándolos iluminadoramente sobre sus héroes locales y diagramas se correspondían con las relaciones de dependencia en la que habían inscrito a la Argentina. ‘Sabemos a qué atenernos’, anota Wilde. Se trataba de un país uniformizado, emblanquecido, empeñoso proveedor, consumidor restringido aunque espectacular, deudor sumiso pero con altibajos, liquidador de indios implacable pero sin fanfarronadas y dispuesto a ‘llenar’ rápidamente los ‘espacios vacíos’ del Desierto con los excedentes de población (…) En tanto era un país que apostaba a ser lo más parecido a los Estados Unidos según Roca, Groussac, Quesada, García Mérou y otros. Los Estados Unidos de América del Sur”.
En el origen de toda cultura hay, según Rene Girard, una ligazón ineludible con la violencia. Toda fundación de una cultura implica necesariamente un acto de violencia, un acto de apropiación de un territorio y de un otro para producir la implantación de un uno en un claro juego político. En ese acto inauguralmente violento podemos encontrar el desierto (el vacío para Sarmiento) y al aborigen, y al gaucho. Dentro de la antinomia civilización/barbarie (trasladable a otras figuras tales como ciudad/campo, América/Europa) va a surgir en Sarmiento la figura del mito de Facundo: el caudillo riojano devendrá en la figura ficcional en la cual se apoyará esa violencia originaria (en tanto receptáculo, en tanto justificación y proyección futura).
Ese recorrido histórico realizable con la ayuda de la ensayística y la novelística nacional, desde el más tierno origen de nuestro país (de la Revolución de Mayo a la aparición de Rosas, de los federales a los unitarios –Facundo-Rosas/Sarmiento-Urquiza–, pasando por la cima del Martín Fierro para llegar al Don Segundo Sombra) hasta los debates más actuales, podría servir para entender cómo se fue construyendo este país hecho de sombras y elegías que claman, tal vez histéricamente, ser iluminadas y nombradas. Como bien sostiene Viñas sobre Ricardo Güiraldes, “todo Don Segundo Sombra es la coartada idealista de un intelectual que ama el campo sin límites, pero que histórica y concretamente es dueño de una estancia cercada de alambrados, perros y horarios de trabajo”. En él puede leerse esa ambigüedad en la relación entre ese niño que comienza huyendo de la civilización y la norma, que se une a ese gaucho imponente y soberbio, pero que al aceptar finalmente la “herencia” acaba por adecuarse a la norma vigente. Es la historia de un recorrido individual y subjetivo. Es la historia de un recorrido nacional y colectivo. “La desaparición de Sombra en lo alto del camino –afirma Viñas– significa el límite entre la elegía y la historia concreta.” Porque, no olvidemos, según su opinión la literatura argentina es la historia de un proyecto nacional, ya que comenta, con sus autores devenidos en voceros “los sucesivos intentos de una comunidad por convertirse en nación, entendiendo ese peculiar nacionalismo como realismo en tanto significación totalizadora”, porque de lo que estamos hablando es precisamente de los mecanismos de producción de una identidad histórica.

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