domingo, 17 de mayo de 2009

Puntos de vista

Por Ana Durán

En este número de Funámbulos, la obra de Lautaro Vilo que publicamos, Cáucaso, es una excusa para extremar las opiniones de diferentes especialistas: la sociología, la crítica literaria y la teatral, la comunicación social o el psicoanálisis. El tema es “dime desde dónde miras y te diré si te gustará o no lo que vas a ver”. Y de yapa, presentamos a La joven-joven guardia, nuestro nuevo insert.

Este número no es sobre los críticos de teatro. Había que decirlo y acto seguido, relajarse. Ahora, pasemos a explicar la génesis. En Funámbulos de estos últimos años fuimos básicamente dos los directores quienes hacíamos de las discusiones nuestra mejor forma de vincularnos. Sin embargo, pese a las ostensibles diferencias entre ambos, descubrimos que sosteníamos un casi único tipo de teatro (del que no nos arrepentimos en lo absoluto), y que en mayor o menor medida eran los mismos artistas los que pasaban por las páginas de nuestra revista. A esto se sumaron dos extraordinarias situaciones. Una, que pensamos en abrir nuestro espacio a otra gente (que de eso ya hablaremos). Dos, vimos una obra, Cáucaso, que dividió las aguas de manera divertida y escandalosa. Describamos la situación: mate en mano, cinco personas medio a los gritos y a las carcajadas observan que los mismos argumentos que dos de ellas utilizan para decir que Cáucaso es un material valiosísimo, las otras dos los toman para explicar su obviedad, la falta de dirección y explicación de determinados recursos y el consiguiente fastidio que les causó. La quinta persona se abstiene y anota. Todos ellos estudiosos, formados en diferentes disciplinas, fundamentando con citas teóricas o comparaciones con maestros de indiscutible autoridad. Y, como suele suceder, cuando los argumentos se acaban, no queda nada más contundente que vociferar “eso que decís es una reverenda estupidez”, digo, para ser delicada.
¿Por qué dos personas tienen opiniones tan diversas de un mismo objeto artístico? ¿Es por cuestiones de formación intelectual o por lo que resuena en cada una de ellas? ¿Es por ambas razones? ¿Cómo ven el mismo objeto artístico personas formadas en diferentes disciplinas? En definitiva, ¿desde dónde se mira?
En este número 26, Cáucaso es la excusa aglutinante para pensar todas estas cuestiones que, esperamos, se despeguen como línea de reflexión de lo que ya todos sabemos: la buena o mala voluntad de la crítica y los críticos, y el encordio que significa calificar en un diario o no. Por eso pensamos en poner bajo la mirada de diferentes especialistas a la misma obra, con la expectativa de hacer foco en el lugar desde donde se paran para analizar, para comprender, para dejarse atravesar. Y llevar al extremo las consecuencias de esa mirada. Algunos, como Miguel Dalmaroni y Julia Elena Sagaseta, tomaron a Cáucaso apenas como una mención, pero todos observaron algún detonante para discutir desde su propia inquietud.
También acompaña el dossier una interesante discusión acerca de la crítica literaria, entre el reconocido escritor, traductor, docente y crítico literario Enrique Pezzoni y el poeta Alberto Girri, gracias a un material cedido por la Audiovideoteca de Escritores de Buenos Aires.

Volver a mirar
“Cuando Funámbulos empezó, todos éramos jóvenes y recién empezábamos”, suele reírse Javier Daulte cada vez que esta profesión nos cruza por algún motivo. Ciertamente así fue. Mientras aquellos artistas que se juntaban en el sótano del Payró iban siendo reconocidos nacional e internacionalmente, quienes hacemos Funámbulos también encontramos medios de expresión más o menos legitimados, más o menos interesantes.
Diez años después, el recambio no cesa en ninguna de las dos veredas. Algunos son maestros y sus alumnos producen, estrenan, escriben, no paran. Y en nuestro campo –el del periodismo especializado o la crítica teatral– también se produce, sólo que el nuestro es un ámbito menos generoso, en el que se afirma más que se duda, se categoriza más que se interroga, y muchas veces se considera prestigioso a quien cierra el sentido de un espectáculo más que a aquel que abre y multiplica.
Por eso, este número reafirma el título de tapa “La mirada crítica” con el desafío de volver a mirar: al teatro, al tipo de enfoque, al concepto de procedimientos, a los maestros que fueron nuestros maestros, a los maestros que fueron nuestros compañeros, al concepto de dramaturgia, al concepto de dirección, de puesta, a cualquier aparato teórico, al enfoque generacional, a aquel que es tan amplio y sabio como para escapar de su generación, a la crítica, al periodismo teatral y por sobre todas las cosas a nosotros mismos. ¿Por qué? Para poner en tela de juicio nuestras pocas aburridas certezas. Para que las dudas nos mantengan vivos y atentos. Para poner en fricción nuestra mirada con las de aquellos que ven otro teatro, piensan otras cosas, trabajan de manera diferente. Y también –perdón por la confesión abrupta– porque contrariamente a lo que nos enseñaron, los que vienen detrás no son nuestros enemigos, y en este mundo, aunque no parezca, hay espacio para todos.
Así nació La joven-joven guardia, el insert de dieciséis páginas: una puerta que empieza a abrirse para pensar en cada número a la nueva producción teatral desde la nueva crítica (perdón por los “nueva” y no es que seamos “viejos”). Esperamos que en los próximos números pueda ir desarrollándose lo que por ahora es un boceto, una primera aproximación que, creemos, hacía falta.

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