Por Federico Irazábal - Traducción Maren Schiefelbein
Dramaturgista de Murx. Una velada patriótica, Matthias Lilienthal es director de Hebbel
Theater y asiduo visitante de nuestra ciudad. Aquí, una entrevista hecha en Berlín.
Es director de uno de los teatros más importantes de la ciudad de Berlín: el Hebbel Theater; pero los argentinos lo conocimos cuando nos enfrentamos a una de las producciones más relevantes que visitaron Argentina para el FIBA: Murx. Una velada patriótica que lo contaba como dramaturgista. En esta charla informal con Funámbulos se refiere al teatro alemán pero también al argentino (que conoce, y mucho, ya que además de haber invitado a su sala a, por ejemplo, Beatriz Catani, Mariano Pensotti, Daniel Veronese, Alejandro Catalán y a Federico León, ha producido el último espectáculo de Ricardo Bartís: De mal en peor), e intenta explicar cómo se produjo este vínculo tan fuerte. Entre los distintos motivos, sostiene –citando al teórico alemán Diedrich Diedrichsen–: “Los alemanes de izquierda amamos tanto al teatro argentino porque ustedes tienen todavía muy en claro qué es izquierda y qué es derecha, cosa que en Alemania hemos perdido”.
¿Cómo y cuándo se produce en Alemania una relación tan fuerte entre arte y tecnología?
El teatro alemán de los años 80 estuvo muy atravesado por un sistema de significación lingüístico. En esa época se utilizaban diferentes medios electrónicos y tecnológicos tales como las proyecciones y el video. Pero si uno piensa en las puestas de René Pollesch, uno de los teatristas más importantes por aquí, se podrá observar que esta relación está presente. Tomemos un ejemplo: internet. Este medio aparece en algunas de sus producciones pero no en tanto tema. Una de sus obras mostraba a tres mujeres histéricas sentadas sobre tres almohadones, navegando. En este sentido, diría, el tema es la histeria, e internet es la excusa dramática para abordarlo. Por eso yo creo que si bien el teatro alemán ha producido una relación muy intensa con la tecnología, esta relación no está dada en cuanto a lo temático, sino más bien en cómo el psiquismo humano se comporta ante ese universo tecnológico, y ahí es donde radica el salto. Pero si uno logra salirse de ese lugar podrá encontrar también que el mundo de Pollesch es el mundo de un determinado tipo de caracterización del lenguaje, un lenguaje muy veloz que ha devenido en una especie de basura. Él trabaja la palabra desde su multiplicidad de sentidos para terminar vaciándola, mostrándola en toda su inutilidad.
¿Estás planteando un vaciamiento del concepto de lenguaje?
Si uno lo toma desde una perspectiva semántica, sí. Porque lo que en realidad nos muestra Pollesch es que el lenguaje ha perdido toda capacidad comunicativa, no porque sus palabras carezcan de sentido sino más bien porque lo han multiplicado a tal punto que han perdido direccionalidad. Y así el habla, en tanto diálogo y comunicación, se vuelve prácticamente un imposible. Pero hay que hacer una aclaración acerca de esto. En Alemania, a diferencia seguramente de Argentina, existió una crisis de lo preformativo muy fuerte. Aquí, en los años 80 y 90, el teatro se convirtió en tema, el lenguaje teatral era lo que se tematizaba.
En Argentina, en los 90 ocurrió algo similar con el tema de los procedimientos.
Mi impresión es que allá no se cuestionaron ciertas formas de relato, ciertas formas de contar. De hecho diría que el teatro argentino empezó a interesar en Europa en los 90 cuando entramos en crisis con el discurso performativo.
¿Cuál es su política de gestión?
Desde los contenidos intento siempre cuestionar temáticas vinculadas con la sociedad y con las relaciones intersubjetivas dentro de ella. En los años 90, cuando estuve en la Volksbühne (uno de los más emblemáticos teatros de Berlín) esto se tradujo en una representación de la reunificación como una especie de guerra civil entre Este y Oeste. Pero hoy creo que la reflexión debe pasar por otro lado, por cómo la sociedad resuelve la crisis económica. Y el teatro tiene mucho para pensar desde allí.
¿Hablarías de un teatro político?
No lo denominaría así. Al menos no en el sentido de la terminología marxista de los años 80. Sí es político en el sentido de que siempre está la pregunta de cómo redefinir las relaciones sociales. Por ejemplo, hoy me interesan mucho algunos directores que trabajan continuando con la teoría del antropólogo Lévi-Strauss en lo que hace a sus trabajos sobre pueblos como los del Amazonas. Yo creo que dentro mismo de Berlín deberíamos hacer ese trabajo, puesto que tenemos gran cantidad, y este barrio de Kreuzberg es prueba de ello, de culturas y grupos humanos que nos resultan profundamente desconocidos. Ése es uno de los motivos por los que me interesa tanto el trabajo de la argentina Constanza Macras, radicada en Berlín, quien, en el medio de una danza conceptual como es la alemana, puede producir espectáculos que hablan de su experiencia de vida en esta ciudad, y que utiliza para sus producciones, cruces culturales muy interesantes. Así como aparece la relación de Alemania con Argentina, también utiliza artísticamente gente de los más diversos lugares del mundo, además de tener la habilidad de cruzar el lenguaje coreográfico de la danza con el de MTV.
miércoles, 20 de mayo de 2009
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