viernes, 15 de mayo de 2009

Los mil rostros de la crítica

Por Federico Irazábal

La crítica puede cumplir funciones intelectuales por momentos exquisitas. Pero también, y debido a lógicas mediáticas que la exceden, a veces queda reducida a una publicidad encubierta de productos culturales.

Que el crítico puede cumplir una función de intermediación es difícil de poner en duda. El crítico es aquel que recibiendo toda la información acerca de lo existente en materia artística, previa selección, produciría una circulación de este material conviertiéndolo en noticia. El público potencial accede así a la posibilidad de conocer qué se ofrece en tal materia en su ciudad. La circulación de la información es algo lógico, pero que lamentablemente no se detiene allí. Porque el carácter de intermediario al estar vinculado al de juez lo convertiría, directa o indirectamente, en un publicista. Aunque tal vez debamos decir, junto a Martha López Gil en su Filosofía, modernidad y posmodernidad, que la publicidad suplantó a la crítica porque es una mediación que supo acercarse sutilmente a la gente.
Nos es imposible aquí hacer un análisis exhaustivo de los códigos empleados por los publicitarios para producir y hacer circular sus mensajes, pero sí podemos tener en cuenta algunas cuestiones en función de lo ya estudiado sobre el tema. Walter Benjamin sostiene que en función de los cambios que se han producido en el mundo y en la sociedad (y enumera entre ellos la puesta en crisis de conceptos tales como “imparcialidad” y “objetividad”) la crítica ha quedado muy por debajo de la publicidad. Sostiene que “la mirada hoy por hoy más esencial, la mirada mercantil que llega al corazón de las cosas, se llama publicidad”. Y es cierto que en la actualidad la publicidad tiene la posibilidad de imponer un texto artístico más allá de lo que los críticos hayan sostenido de él. Es cierto que un “buen” publicista sabe reconocer en el producto a publicitar las matrices que lo volverían potencialmente consumible por un sector determinado de la sociedad. Y su texto se construye desde ahí. Pero no seamos simplistas. Existen diversos tipos de publicidades. Un análisis profundo de sus procedimientos constructivos permitiría establecer, por ejemplo, su perfil artístico o el mercantilista. Umberto Eco analiza con profundidad la publicidad y sostiene que si bien existen textos publicitarios apoyados en una función estética del lenguaje trabajando sobre la forma y la innovación, existe también “un tipo excelente de comunicación publicitaria que se basa en la proposición de arquetipos de gusto, que colma exactamente las expectativas más previsibles, que ofrece un producto femenino por medio de la imagen de una mujer que posee todos los atractivos reconocidos en la mujer por la sensibilidad corriente”. Pregunto: ¿la crítica no opera también en función de los arquetipos del gusto? ¿No tiene en cuenta para su armado y su valoración lo que cree que es la ideología, la creencia religiosa, los valores políticos del consumidor del medio?

Para la cartera de la dama
Veamos la cuestión desde otro enfoque. Miguel Furones sostiene que “la publicidad genera prejuicios, necesidades, expectativas, fomenta o acalla ideologías, porque además de productos vende también modelos de vida y de relaciones sociales”. Y por supuesto que algunas de estas cuestiones afectan, y mucho, a cierta crítica.
La crítica jamás puede ser vista como un discurso ingenuo, ajeno a la dimensión ideológica, o excluido del mundo. La crítica está en plena relación con la reproducción-circulación de ideologías y por ello rara vez habla de arte, o más bien al hacerlo lo hace apoyada en preconceptos y valores propios del medio, del crítico, del supuesto lector. En fin, hay en la crítica una relación texto-mundo tan fuerte como la que hay en el arte.
Si pensamos, por ejemplo, en el caso del cine podríamos observar allí que muchas veces la relación dialógica entre publicidad y crítica funciona de forma magistral. Rara vez se entiende cómo un suplemento de espectáculos dedica, el día jueves, la tapa y la nota central a doble página a una entrevista a un artista que realizó o participó en determinada película. La entrevista habla sobre ella y el periodista simplemente pregunta desde el desconocimiento. Luego, las últimas dos columnas de la página impar se dedican a la crítica, realizada por otro periodista. Y la crítica tiene una calificación notablemente baja. ¿A qué se debe entonces que se le dedique tanto espacio a un producto que según la opinión de uno de los voceros del medio es malo? Tal vez allí el carácter publicitario del periodismo sea más que explícito. En casos como ésos podemos estar tentados de sugerir otras cuestiones.
El propio Furones plantea que las funciones de la publicidad son las siguientes:
Función económica: la publicidad activa el consumo.
Función financiadora: la publicidad contribuye a financiar los medios de comunicación y acaban así las empresas anunciantes volviéndose sostenedoras del medio, ya que en líneas generales las ganancias por ventas no garantizan la supervivencia del mismo.
Función sustitutiva: la publicidad opera sustituyendo la presentación de un objeto real. Y por el recorte y selección que ejerce acaba muchas veces “vendiendo” un producto que es diferente de lo que se dice.
Función estereotipadora: por su difusión masiva, la publicidad tiende a igualar gustos, criterios, ideales.
Función desproblematizadora: la publicidad tiende a presentar un mundo divertido, lúdico, fascinante.
Función conservadora: la publicidad siempre enseña lo ya visto, habla de lo ya hablado. Intenta hacer parecer como nuevo lo ya aceptado.
Tal vez la única de las funciones que la crítica no ejerce sea la desproblematizadora. Pero las otras sí las cumple, con todos los matices del caso, y más aun si pensamos en aquellas críticas que tienen como función referirse a objetos artísticos e industriales tales como el cine, el DVD, las discográficas y el mercado editorial. Cuando la crítica se basa en un preconcepto del lector se apoya en un estereotipo, y más todavía cuando pensamos en revistas o suplementos que apuntan a un sector de público acotado: público joven, mujeres, etc. Y sobre la económica y la financiadora creo que no hace falta explayarse.
Nos queda analizar la función sustitutiva, aparentemente una de las más complejas para esta relación entre crítica y publicidad. Para observarla más detenidamente, pasemos a otro tipo de crítica (hasta ahora nos referimos a la gráfica) como podría ser la televisiva. No es necesario irse muy atrás en el tiempo para recordar que algunos noticieros televisivos tenían los días jueves sus especialistas en cine que ateniéndose al lenguaje televisivo ejercían su oficio, según su “leal saber y entender”. Luego la industria entendió que esta figura de “crítico televisivo” era profundamente innecesaria y prescindieron de ellos. Hoy cualquier noticiero emite el corto que la propia distribuidora le ofrece. Así, sin más. Sin un comentario, sin una mínima lectura, sin ningún tipo de conocimiento sobre la totalidad. ¿Hay alguna diferencia entre estos spots de noticiero y los publicitarios que pasan en la tanda? Por lo general la única diferencia es la voz del locutor. En éstos es la voz que la distribuidora elige como “voz de la película”, y en el noticiero es la voz del locutor del mismo que anuncia la parte más importante del staff (director y principales actores) y una brevísima reseña argumental. A esto hay que sumarle el comentario (irrelevante) del conductor del noticiero en cuestión, quien en función de los 20 segundos que vio de un producto de 100 minutos decide que va a ir a verla o que no, y se lo anuncia a sus televidentes. Volvamos a preguntar: ¿hay alguna diferencia entre el spot informativo y el publicitario? Ninguna sustancial. Y esto, hay que decirlo con todas las letras, es en lo que devino la crítica cinematográfica televisiva. La ausencia de un “crítico” no indica necesariamente la ausencia de “crítica”. Es comprensible. Cuando las propias cadenas televisivas se dedican a producir películas con sus galanes exclusivos, la presencia de un crítico puede volverse notablemente peligrosa.
En el libro Por una crítica deseante contábamos una anécdota que creemos que por su valor explicativo merece la pena que la destaquemos nuevamente. Tiene como origen una situación ocurrida en el mes de enero de 2006 que se vivió en el programa Almorzando con Mirtha Legrand en un breve y fructífero enfrentamiento entre la conductora y la actriz China Zorrilla. Legrand presenta a la actriz y le da ingreso. Una vez saludada, China Zorrilla comienza a producir uno de los reproches más inteligentes que se le hayan hecho a la conductora de los almuerzos. Le pregunta, no al pasar, si había ido a ver, finalmente, El fulgor argentino del grupo Catalinas y con dirección de Ademar Bianchi. Legrand contesta negativamente pero le dice que está viendo espectáculos y que de hecho había estado “recomendando” Los locos mandan, de Nito Artaza. Zorrilla, sin tapujos, le dice que está muy bien que haga eso pero le plantea que encarada así precisamente su tarea es vacua, porque Artaza no necesita prensa. Palabras más, palabras menos, le dice que tiene que ir a ver teatro alternativo porque son ésos precisamente los que necesitan promoción, no los comerciales. ¿Qué se desprende de todo esto? Que la actriz y conductora tiene un poder en relación a la promoción de los espectáculos profundamente notable. Su sola presencia en una sala teatral lleva a toda la prensa nacional en busca de la “señora”, para entrevistarla, para mostrar su vestido. Y luego, el comentario en alguno de los almuerzos se convierte en convocante para sus televidentes. Una figura pública como Mirtha Legrand, que si bien no ejerce la crítica, sí puede muy fuertemente convertirse en difusora con su presencia y con su recomendación. Su capacidad de convocatoria, entendería China Zorrilla, le da una obligación social vinculada a su poder discursivo. Esta anécdota se extiende a prácticamente todas las figuras públicas y da cuenta de que esa prescindencia de “críticos” en la televisión no nos autoriza a entender que ésta no realiza “críticas”. La crítica, es lógico que ello haya sucedido, excede al crítico a tal punto que cualquiera puede ejercerla. ¿De quién es la responsabilidad de que esto ocurra? Seguramente nuestra, cuando permitimos que la crítica se convierta en juez renunciando a su poder analítico, que es en definitiva para lo único para lo que se necesita un saber específico. Recomendar, recomendamos todos, porque obedece al gusto y todos poseemos uno. Analizar no puede hacerlo cualquiera ya que para eso sí es necesario poseer ciertos conocimientos, que por ser inabarcables y amplios no son prescindibles.

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