viernes, 15 de mayo de 2009

Las fisuras del círculo

Periodista y coreógrafa, Ale Cosín reúne ambos oficios en esta nota en la que, al contar experiencias concretas de artistas argentinos, da cuenta de ciertos malestares presentes en la danza porteña. Por Ale Cosín

En épocas de culto masivo al ego, sin que estemos cayendo en contradicción, es cuando la multiplicidad del yo crea no una liberación del sujeto si no la sujeción al show: mostrarnos en variedades infinitas, en novedades, en personalidades de temporada; como en la pasarela o en las carteleras. Estar in, estar dentro, es como un karma que sufren los artistas tal que habitantes del mundo del desarrollo tecnológico (hay, sabemos, otros mundos), que esperan ser exitosos –léase aceptados por la cultura off tanto o más que la oficial– porque hoy no es soportable el fracaso: la famosa globalización ha hecho estragos en el amor propio. ¿El arte existe si no lo aprecian miles de millones de personas? ¿Sobrevive alguien fuera del marketing? ¿Es importante transmitir algo o lo es más el estar allí todo el tiempo (la permanencia) aunque no haya nada para decir?
La cuestión quizás es para qué -para quién- hacer arte hoy. Nuestra postura es que el arte es uno de los trabajos -recalcamos, trabajo- del yo en conciencia del nosotros, es actividad de la especie porque se realiza consciente de lo humano específico (Agnes Heller). En otras palabras, es de las pocas actividades que nos involucran como humanos (sin la obligación de pertenecer a la misma sociedad, ni siquiera a la misma cultura). Como el acto de compartir.
Dicho esto, nos concentramos en acciones de artistas de la danza que, despreocupados o irritados frente a la circunscripción canónica de su medio, proponen otros espacios de encuentro, de promoción, de reconocimiento. Hay tantos y de apuestas tan importantes, que debemos nombrar sólo algunos, tal vez con un criterio aleatorio, como es el de la juventud de los proyectos. Lo que los une es el desbloqueo de la creatividad y el desprejuicio que posibilita el intercambio y su consecuente aprendizaje, ya que en general los criterios son amplios, y prima la búsqueda de consenso. El resultado es la cooperación. Y la libertad: no perder energía en acomodarse al sistema.
Agotada por los viajes ida y vuelta al Centro para trabajar, estudiar y actuar, la bailarina y coreógrafa Cecilia Leoncini, con domicilio en Martínez, decide reunirse con otros colegas de diversas disciplinas escénicas para formar un colectivo de arte llamado “El viaje”, que tiene la función de promover la enseñanza del arte del movimiento en su zona, además de llevar a cabo actividades escénicas en conjunto: “Se trata de un viaje en busca de la propia expresividad, de la propia danza, de la propia voz. Un espacio de encuentro, de investigación y de construcción colectiva en las artes escénicas, que valoriza la diversidad individual y la construcción grupal, que intenta recuperar el juego, el riesgo y la improvisación, en diálogo reflexivo con nuestra realidad social”, dice Leoncini.
Algo similar ocurre con otros amigos y colegas, Lucía Russo, Natalia Tencer, Lucas Condró y Silvio Lang -colectivo artístico “Casa Dorrego”-, quienes trabajan conjuntamente desde el año 1998 desarrollando una tarea de intercambio y colaboración entre artistas de diversas disciplinas, produciendo obras de danza contemporánea de pequeño formato, teatro, arte y tecnología, y seminarios tanto en Argentina como en el exterior. Actualmente Russo, Tencer y Condró son los titulares de cátedra y adjuntos de las materias Taller de Creación Coreográfica y Composición VI y VII, y Silvio Lang de Escritura Dramática en el Instituto Universitario Nacional de Arte, Departamento de Artes del Movimiento. Y en el plano escénico han producido pequeñas obras presentándolas en diversos puntos del planeta (como ejemplo, Árida o estepa, solo de danza contemporánea dirigido por Lucía Russo, con asistencia coreográfica de Condró-Tencer y dramaturgia de Lang). A diferencia del anterior proyecto en Martínez, que es totalmente autogestivo, Casa Dorrego finalmente ha recibido numerosos subsidios y apoyos nacionales e internacionales, debido principalmente a un exhaustivo manejo de los vínculos que ha sabido promover y mantener.
Un caso particular es el del Iº Archivo Audiovisual de Danza (AAD), proyecto recién nacido y albergado en la Biblioteca Nacional, y que tiene por objetivo generar un espacio para el área de la Danza/Artes del Movimiento, que centralice la mayor cantidad y variedad de materiales visuales posibles. Este proyecto fue la idea y el empeño de Mariana Márquez. “Me inspiré en la 'Dance Division de la New York Public Library' a la que asistí incontables veces para realizar investigaciones durante mis años de estudiante en esa ciudad -dice-. A mi regreso empecé a averiguar dónde podía ver videos de danza contemporánea argentina, pero no encontraba ningún lugar que fuera de fácil acceso y público. Hablando con la gente de la danza que iba conociendo, concluí que los videos existentes eran por lo general de propiedad privada y que tendría que hacerme amiga de sus dueños para verlos. Además, descubrí que las videotecas oficiales están divididas por temas y desperdigadas. Entonces se me ocurrió armar el archivo que reuniera material de todos los géneros y de todo el país. Presenté el proyecto a la Biblioteca Nacional en marzo y me reuní varias veces con Horacio González (director), a quien le debo que me haya dado la oportunidad de realizarlo. Lo que estoy haciendo en esta primera etapa es establecer contacto con distintas instituciones, coreógrafos independientes y medios especializados.
Por último, quisiéramos nombrar otro proyecto novedoso, cual es el Ciclo Video Danza “MoA.ar” (“Mano de obra de artistas”) en el bar Notorius, cuya búsqueda es trabajar en pos de divulgar y fomentar las producciones propias (son tres alumnas de Silvina Szperling) y de otros colegas, amén de profesionalizar la actividad. Lo importante es que los propios autores presentarán las obras y la entrada se repartirá en porcentajes.

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