viernes, 15 de mayo de 2009

Zona crítica

La piojera
por Mónica Berman

Escrita y dirigida por Andrés Binetti, con: Osvaldo Djeredjian, Gabriela José, Alejandro Lifschitz, Paula Andrea López, y elenco. Teatro Anfitrión, Venezuela 3340.

Instalados en los asientos del teatro advertimos, prontamente, los carcomidos restos de lo que alguna vez fue un bar.
La primera expectativa nos orienta hacia una búsqueda referencial: ¿a qué universo más allá de esta sala nos remite? ¿En qué lugar, arrinconados por la carencia infinita en la que perviven, hallaremos a los que después atribuiremos nombres propios, Toribia, Cirilo, Carlota, Lázara?
La piojera o un procedimiento justicialista, parece tener un título partidario. ¿Se puede eludir la lectura política con semejante título y con un personaje femenino que remite de manera constante a cierta época peronista?
La propuesta de Los Calderos es tan rica en signos que seguir el camino explicitado no es otra cosa que olvidar su multiplicidad de sentidos.
La piojera (título ilustrativo si los hay) construye un universo que no debe ser medido con los parámetros del mundo no ficcional. ¿Nos sonreímos frente a Toribia cuando sostiene que el cuzquito va a despertar? La frontera rígida que divide la vida de la muerte, aquí no entra en juego, el límite está desdibujado. Se plantea un despojamiento de todo sentido común de acuerdo con las reglas que nos rigen en el marco de lo “real”. El razonamiento de los personajes está pautado por las leyes de la ficción.
Quien vaya a ver crítica social o política seguramente la encontrará. Pero la clave es cómo desligarse de la reflexión sobre la identidad nacional, el abandono, la corrupción, la esperanza que raya en la estupidez. Porque La piojera aunque puede remitir a estas cuestiones está hecha, también, de otras cosas.
Los personajes, objeto probable de humillación constante en esta sociedad, conviven en un universo regido por otras leyes, allí cazar moscas es una hazaña, ser ciego no te impide dispararle a una lata, aunque gastes un número incalculable de proyectiles para dar en el centro, ni inhibe la posibilidad de jugar al truco (y para colmo de hacer trampa).
Lázara, que llega de afuera, tiene sin embargo algún punto en común con ellos, también es de otro orden, queda demostrado cuando se define como “una trabajadora social” o cuando hace caso omiso al verbo que utilizan para remitir a su servicio.
El único que no pertenece a este mundo es el policía, es una interpolación de lo real.
Para sostener una crítica es necesaria alguna palabra en garantía, quienes no poseen autocensura, ¿qué discurso pueden mantener? La palabra política y la histórica están devaluadas, porque nuestros enunciadores mudan de opinión más que de ropa. ¿Alguien será capaz, entonces, de tirar la primera piedra?

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Suerte
por Ale Cosín

Concepción, dirección, intérprete: Marcelo Savignone
Escenografía: Lina Boselli. Música: Víctor Malagrino
Belisario Teatro, Av. Corrientes 1624. Viernes y Sábados, a las 23.30 hs.

Están proliferando una serie de espectáculos en los que se conjugan el teatro con narrativas poco ortodoxas pero lineales, la música (sobre todo canciones cantadas por sus protagonistas, la mayor parte de las veces no profesionales del canto), y la danza (incluso vemos bailar a actores y músicos); con toques de tecnología aplicada que cumple una función esencial.
Entre estas obras, se encuentra Suerte, en la cual Marcelo Savignone, su director e intérprete, se nutre de la colaboración de una cantidad de profesionales de distintas áreas, con el anhelo de cantar, bailar, actuar con técnica de clown y a la vez con la profundidad de la memoria emotiva, hacer magia y acrobacia, en una escenografía especialmente construida con coherencia estética y práctica.
Sin dudas, el cuento que se cuenta es una excusa para probar la metodología y los recursos. Un muchachito demasiado triste por un despecho, que no tiene más en la vida que ese amor, decide suicidarse sin lograrlo y sin explicarse cómo. Mucho menos texto que canciones elegidas para contarlo, muchas acciones y danzas más para hacernos comprender cada intento y sus consecuencias que para otra cosa.
Lo que nos llamó poderosamente la atención, más que el trabajo encarado por Marcelo Savignone para entrenar tantas expresiones, fue el resultado en la platea, compuesta en su mayor parte por adolescentes, que vibraron como en un nirvana frente a un espejo que los reflejaba, hacían catarsis con el personaje vivándolo, cantando con él, comentando en voz alta sus impresiones. Conmovedor.

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Ciudadela
por Mónica Berman

Escrita y Dirigida por Belén Parrilla. Con Martina de Marco, Martín Urbaneja y elenco. Sala: Puerta roja, Lavalle 3636. Viernes 20,30.

Una ciudadela es un recinto de fortificación permanente en el interior de una plaza, pero Ciudadela es una localidad del Gran Buenos Aires... ¿A cuál de las dos refieren? El título en mayúscula no nos permite diferenciar sustantivo común de propio. Y en eso está la clave, Ciudadela remite a ambas acepciones a la vez.
Con reminiscencias argumentales leves, casi sutiles, a la Ilíada, se construye esta puesta de Belén Parrilla: una familia sitiada, una mujer robada, el marido de la mujer y su gente, dispuesta a recuperarla. Un afuera amenazante (“está raro”) y un adentro asfixiante e insatisfactorio para cubrir las necesidades básicas inscriben esta propuesta en un terreno inestable.
La conjunción entre la mirada temático-social (el hacinamiento, el hambre, la ignorancia) y el trabajo con un lenguaje acotado, económico, directo, convierten a esta pieza en una propuesta escénica tan dura como contundente.
El espacio construido es, a todas luces, fabuloso. Cómo imaginar la obra sin el andamio (aunque haya llegado de casualidad) sin la posibilidad de jugar con la destreza de los actores para subir y bajar, señalar la intimidad como imposible, funcionar, en fin, como un signo de lo precario, de aquello que está en construcción, incompleto.
Los personajes planteados también son inestables, entre peligrosos y tiernos. Arrinconados en el espacio que les toca en suerte, toda la energía queda contenida.
La tragedia, necesariamente, ha de tener lugar. Pero también habrá de tener lugar el rito ¿inesperado? Tal vez.
Una puesta difícil de “digerir” pero absolutamente imperdible.

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Acaso crezca desde el suelo…
por Liliana López

Dramaturgia: Ana Rodríguez Arana y Sergio Sabater. Dirección: Sergio Sabater. Con Pablo Bossi, Pablo Garrido, Héctor Raubert, Ana Rodríguez Arana y Patricia Carbonari. En Delborde espacio teatral.

El punto de partida de esta puesta en escena es un breve texto del dramaturgo alemán Heiner Müller, titulado “Descripción de un cuadro”. Allí, la palabra detalla una escena eterna, a la vez que esa misma fijación de la imagen disemina posibilidades del sentido hacia “lo previo” a su constitución como elemento plástico. En la escena, el cuadro -realizado por Álvaro Urzagasti- se reproduce y se multiplica en el accionar de sus personajes (un hombre, una mujer, un pájaro) y se resignifica en el entramado con la vida de la militante socialista Rosa Luxemburgo. Su juventud, el inicio de la militancia, la cárcel, el regreso a la lucha política y los momentos finales, son recreados mediante una rigurosa síntesis del espacio y de la utilización de objetos y accesorios que multiplican sus funciones. Paneles y carreteles de madera pueden situar a Rosa Luxemburgo en el jardín de la cárcel, en una barricada o conducirla hacia la muerte.
En el primer caso, el cuerpo disciplinado adopta la máscara y el misterio del teatro Noh, mientras que en el segundo, asume plenamente su condición de cuerpo político. En el último, que cierra el “libro de la vida” (la ejecución de Rosa por un soldado alemán, el intento por hacer desaparecer el cuerpo), la puesta en escena apela a la construcción de un nuevo sentido: nunca se muere totalmente, mientras la memoria recupere la vida de aquellos que -como Rosa Luxemburgo- la ofrecieron por una causa humanitaria. El teatro, lugar de la repetición y del ritual, es una restitución (aunque momentánea) a la inmortalidad.

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Ambulancia
por Sonia Jaroslavsky

Dirección: Sergio D'Angelo. Con Mike Amigorena, Muriel Santa Ana, Luciano Bonnano, Mariano Torre, Julián Villar y Víctor Mallagrino. Clásica & Moderna.

Señoras paquetas y sus respectivos maridos se mezclan con jóvenes acostumbrados a deambular por cuanta obra estrena en el circuito teatrero. En sus mesas esperan inquietos y hasta apretados, la entrada magistral de los artistas, haciéndose pomposamente presentes. Canciones de los flamantes 80 con canciones preferida de la abuelita. ¿Alguien puede imaginar cómo Me olvidé de vivir de Julito Iglesias la pueden cantar unos dementes en ritmo rapero con toques de castañuelas? Ambulancia se anima a explorar en el mundo de la música haciendo uso y abuso de sus saberes actorales y mezcla de géneros. Así se zambullen en tierras de mutantes ritmos, melodías y letras. Usurpadores de canciones que sin ningún respeto se lanzaron a trastocar a esos hitos que con tanto ahínco habían llegado a un histórico top ten. Y ahora sólo despojos… ¿Que dirían los punk británicos al encontrarse con God save the queen de los Pistols hecha trizas en ritmo de swing? De estas y otras proezas se valen estos actores/cantantes/músicos para descolocar a cualquier espectador. Mike Amigorena, además de ser la voz principal de las canciones, se vale de todas sus partículas dúctiles para entretener: ruidos raros de curiosos animales, destrezas gestuales y hasta poemas de la mismísima cotidianidad son sólo algunas de las cuantiosas perlitas. Se destaca la chica dark en manos de Muriel Santa Ana, Luciano Bonanno en guitarra, un muy Miranda! Mariano Torre, Julián Villar en bajo y el suceso Víctor Mallagrino en teclados. Pero todo este caos no llegaría a buen fin si no fuera por la mano de Sergio D'Angelo en una puesta y dirección de actores sin reparos. En palabras de ellos: “música para mirar”. Y están en lo cierto.

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Bloqueo
por Liliana López

De Rafael Spregelburd. Con Karina Firbank, Ezequiel de Almeida, Ximena Banús, Javier Drolas, Gabriela Calcaterra, Rashed Estefenn, Mauricio Morando, Santiago Gobernori, Lalo Rotavería, Hernán Lara. Dirección: Rafael Spregelburd. En Teatro del Pueblo.

En un año caracterizado por una gran y variada producción por parte de Rafael Spregelburd, se ha estrenado Bloqueo, un espectáculo en el que un estudio de grabación oficiará como único espacio representado, dando lugar a múltiples situaciones paralelas, simultáneas y yuxtapuestas.
Este procedimiento, uno de los más frecuentados por el dramaturgo, esta vez está dirigido a problematizar en tono humorístico la relación entre el tiempo y el sonido. La relación entre la cabina (donde se ubican los personajes que deben ser grabados) y la consola (el lugar de los que graban) se enrarece a partir de fenómenos físicos tales como el “delay” (retraso del sonido), la reverberación (una prolongación del sonido), o la total ausencia de registro del audio.
El significante sonoro en su aspecto material adquiere, en este contexto, mayor relevancia que el significado: los que desean ser grabados -ya sea un conjunto de (supuestos) músicos cubanos, o un equipo de cirujanos- a partir de las dificultades -no sólo técnicas- para hacer registrar su música o su ponencia, dan lugar a situaciones desopilantes, sostenidas por eficaces desempeños actorales. Una buena excusa para pensar, a posteriori, en las dificultades de la comunicación en términos más amplios: el diálogo “cultural” entre cubanos y argentinos, modulado por estereotipos, o entre miembros de una comunidad científica, se torna dificultoso (cuando no imposible), ya sea en términos de defasaje temporal o de “ruido”, lo que pone en crisis al código mismo.

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Y nada más
por Mónica Berman

Autoría y Dirección: Alejandro Tantanian. Sobre textos de: P. Celan, A. Tantanian, M. Tsvietáieva, N. Vilela y otros. Actúan: P. Antony, E. Carrizo, R. Ciera, N. Codromaz, É. D'Alessandro, E. Daicz, G. Otero, P. Ramirez. En Espacio Callejón.

Un espacio en el que la poesía se recorta en forma de flores y de rectángulos -¿con agua?- nos recibe. El sitio es decididamente bello y confuso, ¿dónde estamos? ¿Quiénes son los que deben estar del otro lado? ¿Por qué se mezclan entre nosotros?
El límite entre los espectadores y los actores está apenas dibujado, ¿quién se sienta a la mesa?, ¿y de qué lado? ¿Nos invitan o quedamos enmarcados sin querer, puestos en un lugar que no elegimos?
La indecisión entre el espacio de la ficción y de “lo real” será el primer cruce de una serie que no concluirá hasta el final de la puesta (¿y más allá de su final?).
¿En nombre de quiénes hablan los que hablan? Cuando dicen “yo” ¿a quién refieren? ¿Cómo se entretejen las historias y las canciones que atraviesan el tiempo de la escena?
Está la infancia y está la muerte, están la poesía y el hambre, están el mar y la montaña.
También están la música (heteróclita y variada) y el silencio. Pero las palabras resbalan y caen. Y en la caída toda su materialidad se hace inevitablemente evidente.
Y nada más es un recorrido por las sensaciones. Ciertos relatos, algunos gestos, rincones asomados de la infancia, una historia con nombre propio y datos biográficos. También están las otras infancias, las que los actores guardan en sus cajas y comparten, la de los juguetes y la de la carencia de juguetes. Una mesa servida para que nadie coma. Una mesa servida para que algunos coman y otros no lo hagan. Una guerra ausente que atraviesa el relato, ausente en proclamas. En consecuencias, presente.

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