domingo, 17 de mayo de 2009

Hacer, en la ciudad

Por Ale Cosín

Muchos artistas vienen investigando en los espacios no convencionales pero habituales. En esta nota, la obra de Tolcachir es el disparador para pensar en los sitios cotidianos como punto de partida para la creación.

Quiero reflexionar acerca del trabajo del artista escénico en casa, o en espacios que no son los habituales pero sí los habitados. Me mueve la explosión (ex-: hacia afuera, opuesto a in-) de lo escénico en la vida cotidiana; la ciudad nos parece cada vez más un gran teatro.
Tal vez este artículo huela a autorreferencia, y sí: voy a hablar desde mi experiencia y la de otros colegas que por elección, o porque “las cosas se van dando”, usamos espacios cotidianos, plenos de vida propia, para montar o al menos preparar nuestras obras. Por supuesto, es también el caso de la obra que publicamos en este número.
Alguien boca arriba..., una intervención teatral de Martín Wolf y Marina García Barros, junto a la Compañía Espacio Vacío e invitados es un ejemplo. La obra transcurre en la casa de uno de los actores y su mujer –ahora embarazada–, que es además la fotógrafa, y su director contó: “Lo que más rescato de la experiencia es haber conocido realmente, en profundidad, el espacio. Y esto es posible por la libertad con la que se pudo trabajar, cosa que jamás se da si no se trata de un espacio ‘amigo’. Fue muy importante, al tratarse de un trabajo donde el espacio es decisivo, el hecho de investigar cada lugar, cada rincón, sin tener que estar pidiendo permiso todo el tiempo; o lo que hubiera sido peor, no poder probar algo ‘prohibido’. Por ejemplo: la mayoría de los dueños de salas se niegan a aceptar propuestas que usen elementos que ensucian: arena / tierra / etc... En este caso, el estudio de lo sonoro propio del lugar fue muy interesante, y el tener el tiempo para investigar este aspecto. Y algo que quizá suene superfluo, pero para toda la compañía fue muy importante, fue permanecer en el espacio aunque fuera sin hacer nada; esto generó un lazo entre los que trabajamos muy particular. Un espacio familiar es un espacio que contiene. Es un espacio que está a favor de la imaginación, el espacio empieza a ser generador de ideas y construye significado”.
Sin embargo, llaman a su performance “intervención teatral”, lo cual parece una contradicción porque si fueron juntos el espacio y el grupo, se perdió la idea de imposición vinculada a la experiencia de hacer una “intervención teatral”. ¿Se obstruyó en este caso el espacio tal como él se presentaba, para insistir en la imagen de unos sobre el otro? Martín lo vuelve a pensar: “La idea de cruce es indudablemente paradójica, porque fue un ir juntos, pero hubo un primer instante en el que conocí el espacio, y éste terminó de definir lo que iba a hacer. Es decir, a partir del cruce de lo que yo traía como idea (que ya estaba ensayando) y el espacio, se generó un camino en común. Fue un encuentro. Por eso es que quedó intervención teatral y no instalación como lo teníamos hablado al comienzo”. ¿Será un respeto que impone la propia historia de la casa, como el que se le tiene a una persona mayor? Quizá sea que el teatro se trata de comunicar ideas, un juego entre retórico y dialéctico, que se impone al juego simbólico del espacio. Parece haber sido una lucha respetuosa. Y el resultado vale el respeto.
En la danza, en la que el espacio es el sostén imprescindible para su suceso –la organización del movimiento en el tiempo-espacio...–, la ignorancia de lo que el lugar “dice” o “es”, o el respeto en exceso, se volverían una bocina alarmante en una obra.
La valoración del espacio como lugar, como continente, pero también como compañero, parece ser la motivación del video-danza 2 ambientes, de Rodrigo Pardo y Guiye Fernández. Este trabajo fue pensado paralelo a los ensayos de Pardo, de la obra Cuadrado negro sobre fondo negro, que ocupó su pequeño living.
“Me atrae mucho la transformación de lo cotidiano en espacio teatral, es mi forma de conquistar lugares. Mi casa es más mía desde que inventé un mundo paralelo allí dentro, que cuando logré hacerlo comprensible para los demás, fue más real aun que lo cotidiano. En relación a la sala de teatro, me gustan las preguntas que deja, los vacíos que hay que llenar como espectador. En mi caso, el hecho de que toda esa carga de sentido se abstraiga de los espacios reconocibles y termine siendo sólo un cuadrado que incluye una casa adentro con todo lo que paso allí. Es el efecto contrario al que me refería antes: el espacio donde se representa no tiene ninguna historia para mí, puede ser cualquier teatro del mundo totalmente alejado de mi cotidianidad, pero tan pronto como dibujo ese cuadrado de 2 x 2 en el escenario, pasa a ser mi casa.”
El testimonio de Rodrigo refleja inocentemente esa dicotomía “espacio pleno de sentidos y sentimientos”, y “espacio vacío”. Como si hubiera algún espacio que no tuviera ninguna connotación, algún espacio jamás abarcado por lo humano.
En todo caso, la performance que utiliza el espacio no escénico para transformarlo en tal, gana un aliado y pone en un estado de alerta al receptor, un espectador que se vuelve partícipe, al que se le adjudica el trabajo de cómo organizará su propio cuerpo, y lo que tendrá para percibir lo rodeará, será una percepción tridimensional y abarcará seguramente más de un sentido: incluso tendrá sensaciones sinestésicas para elaborar.
Ha habido muchas de estas experiencias. Recuerdo por ejemplo a Rhea Volij, que bailó en el Planetario de la Ciudad de Buenos Aires: “Fue en el marco de una inauguración de pintura de Dalia Hendler sobre Baigorri, un porteño que inventó una máquina de hacer llover que funcionó. Bailé debajo de esa máquina, una especie de telescopio gigante que está en medio de la sala del planetario. Me acompañaba una música electrónica con lluvias y voces de la Biblia, mientras el cielo era iluminado por estrellas fugaces, tormentas de meteoritos, toda una selección que hice con el programador del planetario. Para los asistentes y para mí fue exquisito, pura magia”, cuenta su protagonista.
El Grupo No Se Llama viene trabajando hace más de tres años con el espacio como cuerpo. Pensar desde la danza el espacio como cuerpo es verlo como ser. Percibirlo como álter ego. Un partenaire. Es no separar forma de sentido –como lo físico de lo espiritual–. Y el comienzo fue en la casa de quien ejerce la dirección. La casa-sala que muchos artistas han sacado a relucir por economía, gusto, o ambos.
El Grupo NSLL usa el espacio como un disparador de lenguaje de movimiento, es decir que no hay forma de bailar preestablecida hasta no investigar el espacio donde sucederá. Y se distingue este concepto –”espacio”– del de lugar, tal como el que se usa como se lo nombra: Bar, Cocina, Baño... Pero a su vez, estos lugares tienen innumerables espacios, rincones, líneas que se cortan, olores que se pierden, que los hacen distintos entre sí. Y todos tienen su historia, su estar allí. Este encuentro con los lugares y con los espacios, este elegirse, da como resultado performances únicas cada vez, a pesar de que el grupo ha realizado distintas estructuras compositivas, similares al concepto de obra, pero con otras características al ser acciones de arte, como se las podría traducir.
En todo caso, se vuelve más que sugerente ver al objeto artístico, sea real o imaginario –como los personajes y la coreografía–, atravesar la puerta de la casa, sentarse en la mesa o instalarse entre un espejo y la cara.

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