domingo, 17 de mayo de 2009

El padre omitido

Por Daniel Rubinsztejn

Lo que para la sociología es falta de normas, en psicoanálisis es una pregunta acerca de la función paterna. Y en esta obra, rica por donde se mire, no faltan el incesto ni el matriarcado. Un festín.

Las últimas noticias anuncian con certeza que el padre ha caído, que su autoridad está desgastada. Que el capitalismo salvaje, que el mercado, que lo posmoderno lo han impotentizado; o que ya no es necesario, que la fertilización in vitro, que la clonación; en fin… la ciencia lo ha sustituido sin piedad. Una época es anunciada como la de la muerte del padre… y él no lo sabía.
Anunciar a boca de jarro su caída supone de algún modo pensar que antes, en alguna otra época, el padre (¡Ah!, ¡Padres eran los de antes!) estaba en su lugar y lo ocupaba con firmeza.
Ya en Las nubes de Aristófanes podemos leer que cuando hay representación de alguna autoridad paterna, emerge la burla a esa autoridad.
Pero padre y genitor no se superponen. Una función no está ligada a la sensibilidad, a los sentidos; ni siquiera al esperma, ni al ADN. Padre es una función (Fx) de nominación, de reconocimiento, de un deseo que despierta la vida, que anima e inscribe una filiación, una sucesión.

Marito: Vos y Damián tienen el mismo pelo.
Gabi: Más o menos.
Marito: Igual. Porque son del mismo padre que se ve que tendría el pelo así como ustedes. Porque no es como el de Memé, Memé es más bien castaño claro y ustedes son morochos, se ve que por el padre que lo tendrá así.
Gabi: Bueno, vos y Verónica tienen el mismo padre pero no tienen el pelo igual.
Una sucesión pero… con lo mejor que un padre transmite también va lo peor.
La expresión shakespereana: “un rey en harapos y remiendos” es adecuada para caracterizar la función paterna siempre que con ella no se aluda a algún déficit de esa función por contraste con lo que ella debería ser, ni se haga referencia a una supuesta normalidad de la función. La esencia remendada y harapienta no habla de una falla de la función paterna, sino de su esencia.
El pecado original ya no es sólo –según Kierkegaard– la ingestión de una manzana que da sabiduría (ahora saben que están desnudos, aunque sin saber las consecuencias de la diferencia sexual) sino que es protopatorikon, el pecado del primer padre. Entonces, al transmitir nominación y reconocimiento un padre transmite con ello su pecado: sus deseos y sus goces perversos, sus miserias, sus olores.
Pero antes y después de ser padre se es hijo, con las pasiones y deseos de hijo. Y al incesto, se lo prohibe, y también se lo transgrede:

Damián: ¿Querés?
Gabi: No.
Damián: ¿Nunca más?
Gabi: Espero.
Memé: No escucho, no escucho, no miro nada, no molesto en mi casa.
Marito: Gabi compartió mucho con Dami. Por eso son tan chiquitos los dos. Conectados para siempre quedan. Uno piensa algo y el otro lo sabe.
A uno le pasa una desgracia y el otro llora.

Y más incesto:
Memé: Bueno, vamos, a bañarnos sin chistar…

Y más aun:
Marito: Quiere dormir sola.
Doctor: ¿Y vos no querés?
Marito: Sí, yo también.

Verónica: No duermen en la misma cama, Eduardo.
Marito: Sí.
Doctor: ¿Sí o no?
Verónica: No.
Gabi: Sí.
Verónica: ¿Sí?
Gabi: Sí, duermen en la misma cama.
Verónica: Esto es una novedad.

La ambigüedad del lugar paterno encuentra su fundamento en la ambigüedad del lenguaje. Es un lugar que es a la vez principio de pacificación y de desorden (“pas si fiant”: no tan de fiar). El hombre está capturado y torturado por el lenguaje. Respecto del padre existe una fantasía universal de ser martirizado, pegado por el padre: fantasía que es interpretada como una posición pasiva, femenina de todo sujeto hablante que anhela inconscientemente ser amado-gozado por el padre.
Esta ambigüedad revela la inadecuación del lenguaje para decir la indeterminación del ser (y del cuerpo sexuado). Hace presente esta relación (de no-relación) del sujeto con el lenguaje: la impropiedad de la palabra y la potencia del límite de la palabra (límite al poder de la palabra).
Todo esto nos aleja de suponer (casi de modo religioso) que la función padre es sólo normativa porque hemos resaltado su inconsistencia.

Y además hay rechazo al padre, al deseo:
Memé: No sé. Yo era muy chica, a veces siento que no fui una buena madre para ustedes. Yo no tenía ganas de tenerlos, vinieron.

Y complicidades incestuosas
Abuela: Memé, callate.
Gabi: ¿Y ahora sí tenés ganas?
Memé: Ahora estoy lista para tener un bebé.
Abuela: Hay cosas que es mejor no recordar.

Desorden en la filiación
Gabi: ¿Y mi papá?
Memé: ¿Qué pasa?
Gabi: ¿No hay manera de saber dónde está?
Doctor: ¿Coleman son…?
Gabi: La abuela y Marito.
Doctor: La abuela y Marito.
Gabi: Ésos son Coleman.
Doctor: (A Verónica) Claro, Marito es de otro matrimonio.
Marito: No, del mismo matrimonio.
Memé: ¿Cuántos matrimonios le parece que tuve?
Abuela: Ninguno.
Gabi: Verónica y Marito son del mismo padre.
Doctor: Ajá. Pero no…
Verónica: No tenemos el mismo apellido.
Marito: Yo soy Coleman.
Verónica: Yo soy Zanelli.
Doctor: ¿Zanelli?
Verónica: Zanelli de Toker. Toker es el apellido de casada.
Doctor: De casada.
Gabi: Damián y yo, que somos Müller.
Doctor: Müller. Müller no es el…
Gabi y VerÓNICA: (Casi a la vez) Es el apellido del segundo marido de la abuela.
Doctor: Como médico me interesa conocer la conformación total de la familia.
Memé: Una familia normal, doctor, como cualquiera, con sus cosas.
Doctor: Digo, el mismo padre a una le dio el apellido y al otro…
Abuela: Doctor, si a nosotros no nos preocupa, ¿por qué se va a preocupar usted?

Como Yocasta en Edipo Rey la abuela llama a no recordar, a frenar la investigación, a no saber, en fin, a la represión.

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