Por Daniel Rubinsztejn
Qué líneas de pensamiento llevan a concebir al mundo como representación e imagen, y cómo es inútil buscar “la” verdad, son algunas puntas para pensar al hombre desde el hombre.
Si escribiera en un papel: “acá está la tiza” y lo dejo sobre ella, podría ocurrir que el papel se volara. Alguien lo encuentra, lee y constata que es falso, sólo hay un papel que dice que está lo que no está… “es notable que una verdad dependa de una corriente de aire”. Si le agregara a la inscripción “ahora por la tarde”, pasadas unas horas, ya de noche, alguien lo lee y constata que es falso… “por la noche la verdad se ha vuelto falsedad”. De este modo tan nítido incluye Heidegger en sus consideraciones acerca de la verdad al espacio y al tiempo.
Se cuestiona además la idea de correspondencia y de adecuatio (de la palabra con la cosa). Se afirma así que es necesario dejar al ente ser, ser tal cual es. Ésta es la libertad como esencia de la verdad que podrá ser desocultada: “Aletheia”.
Con el cogito se instaura la alteridad del mundo, y por eso es posible una concepción del mundo entendida como representación. El mundo pasa, en la Edad Moderna, a ser imagen. En este sentido, el ente, para ser, debe poseer la posibilidad de la representabilidad, la cual es disponibilidad en tanto aquello que es representado es “puesto en seguridad” sobre el campo de la representación. Esta “seguridad” constituye la esencia de la verdad concebida como “certeza”.
Nietzsche admite que “hay que asegurar” un sentido, un valor, pero para no caer en el vértigo de lo deviniente. Advierte que este aseguramiento, necesario por razones vitales, también debe ser constantemente cuestionado, incluso destruido por razones vitales. Las verdades no son últimas, son provisorias, son formas de “fijarse” en algo estable para no caer en el vértigo del sin-sentido, de la nada. La noción de error útil, que Nietzsche introduce, plantea que los aseguramientos son provisorios; rompe así con las verdades últimas aseguradas de la metafísica, que niegan la vida en su devenir.
Mientras la verdad cartesiana es la certeza –asegurarse lo representado como disponible en la representación–, para Nietzsche, la verdad es un “tener por verdadero”: fijar lo deviniente. La esencia de la verdad es una no-esencia, no posee ninguno de los rasgos lógicos de la esencia. La verdad en tanto tal no tiene otra designación que ella misma, porque si no quedamos condenados a la formulación de verdades de verdades –metalenguaje– que intentan en un segundo grado afirmar algo de lo primero… pero necesariamente habría necesidad de un tercer momento que incluya al segundo y así sucesivamente (laverdad de laverdad de laverdad, etc.).
La verdad es como “una chispa que surge del cruce entre dos espadas”; apenas una luz efímera, un resplandor, resultado de la fuerza, la lucha, la conquista, y también, seguramente, del azar, en la medida en que ese cruce de espadas podría, ciertamente, no haber ocurrido.
Todo tener-por-verdadero es, necesariamente falso, porque no existe en absoluto un mundo verdadero. El mundo es una apariencia perspectivista, cuyo origen se halla en nosotros, en la medida en que se nos hace necesario un mundo más estrecho, simplificado, y continuo.
“La necesidad de formar conceptos, especies, formas, fines, leyes –un mundo de casos idénticos– no se debe comprender en el sentido de que nosotros seríamos capaces de fijar un mundo verdadero; sino en tanto necesidad de preparar un mundo donde nuestra existencia sea posible, nosotros creamos de este modo un mundo que sea calculable, simplificado, comprensible para nosotros.” Una creencia puede ser condición de vida y ser, pese a ello, falsa.
Sostiene que sólo creemos saber algo de las cosas que nos rodean cuando hablamos por ejemplo de árboles, flores, pero sin embargo no tenemos más que metáforas de las cosas, que no corresponden en absoluto a las entidades originarias. Diferencia así las nociones de identidad y analogía cuando afirma que todos los conceptos surgen por igualación de lo desigual. Seguramente esto puede servir “para innumerables experiencias análogas, es decir, nunca idénticas”.
Aunque las hojas de los árboles no sean iguales entre sí, el concepto de hoja se forma prescindiendo arbitrariamente de las diferencias individuales. Para engendrar la representación es necesario olvidar las diferencias, como si en la naturaleza hubiera “un” algo, fuera de las hojas, que fuera “la” hoja: un modelo para colorear todas las hojas.
La relación de una excitación nerviosa a una imagen no es de suyo necesaria. Pero si la misma imagen se va reproduciendo a través de las generaciones hereditariamente, termina adquiriendo para los hombres el mismo sentido que si fuera la única imagen necesaria, como un sueño eternamente repetido, juzgado como realidad. La cristalización de una metáfora no garantiza la necesidad ni la autoridad exclusiva de dicha metáfora.
En cambio, arribar a una verdad como rectificación de un error nos ubica en una posición en la que podemos afirmar que hay un acto de rectificación que a posteriori nos permitirá decir que no hay error ni verdad antes de ese acto. Lo que nos vuelve a la idea de que verdad y error no son antagónicos. Sólo habrá verdades en acto sin criterios de verdad (exteriores al acontecimiento de verdad) que las legitimen.
“Admitir que la no-verdad es condición de la vida significa enfrentarse a los sentimientos de valor habituales y una filosofía que osa hacer esto se coloca ya sólo con ello, más allá del bien y del mal.” (Nietzsche, Alianza Editorial, 1979)
Nietzsche busca un ámbito de acción y un nuevo cauce, y los encuentra en el mito, y en el arte. Ambos muestran el deseo de configurar el mundo real del hombre –tan irregular, tan inconsciente, incoherente– con el encanto y la novedad del mundo del sueño. El arte como el mito desgarran el entramado conceptual, astillan a su modo la dureza de lo representado que sólo puede olvidar diferencias.
La práctica del psicoanálisis se despliega en un mundo de representaciones concebidas como representantes que están en lugar de la falta de representación. Es decir, se acentúa la falta de representación; la cabeza de Medusa con sus incontables serpientes anuncia que la multiplicidad indica –velando– que hay una falta en juego, alrededor de la cual se disponen a su modo los representantes (de la ausencia de representación).
Es sólo una ilusión, que a veces nos aleja de la angustia, aspirar a que todo es representable, que todo es representación. La estructura del inconsciente no depende de ninguna representación, más bien su costumbre es tan sólo tenerla en cuenta para enmascararse con ella. En todo cuadro hay una mancha, en toda escena hay algo que puede decir que es escena, es decir que hay algo que no queda dentro de ella.
Entonces, fugacidad, resplandor, diferencia, mancha, resto, impiden que una cultura que ama la imagen, es decir la hipnosis que la imagen genera, aplaste alguna verdad –perecedera– que sea enunciada a su modo: sueños, glosa, fallido, etc. Irrupciones que ninguna imagen logra subsumir… aún.
lunes, 18 de mayo de 2009
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