lunes, 1 de enero de 2007

Desde la cuerda

Si el concepto de Industrias Culturales incluye al teatro, ¿el teatro se ha dejado incluir en él? ¿Cuáles han sido sus reacciones ante los cambios que inevitablemente el arte sufre al ser convertido en mercancía? Por Federico Irazábal.

Dentro de las distintas disciplinas artísticas, el teatro tal vez ha sido –y sigue siendo–, una de las más débiles. Y ha sido precisamente esa misma debilidad la que le ha permitido sobrevivir a los más disímiles regímenes políticos y circunstancias históricas, desde la Grecia antigua pasando por el Imperio Romano, atravesando con fuerza la Inglaterra isabelina y el Siglo de Oro español, sin olvidar su actitud en tiempos de entreguerra y en plena posmodernidad. El teatro ha sobrevivido. Algunas veces en silencio, otras susurrando y otras gritando. Pero ha sobrevivido.
En nuestro país logró mirar de frente al período colonial, supo comprender el multiculturalismo que se forjaba a la par de los movimientos migratorios, resistió estoicamente a la dictadura y vivió con euforia el renacer democrático en los 80. Repasar la historia del teatro porteño a lo largo de la historia nacional es una buena manera de comprender cómo los artistas se posicionaron ante las distintas circunstancias que debieron atravesar.
¿Pero qué pasó con los años 90? ¿Cómo se posicionó ante el nuevo siglo? ¿Cuáles son los nuevos dilemas que enfrenta y cómo intenta dar respuesta?
Por primera vez Funámbulos entiende que carece de sentido seguir reflexionando acerca de lo estético en sí, e ignorar que todas esas búsquedas tienen inevitablemente que entrar en puja con otras lógicas que pueden parecer ajenas a un teatro tan pobre como el nuestro, pero que le atañen, aunque le pese.
Los que trabajamos en el ámbito de la cultura nos hemos ido familiarizando lentamente con el concepto de “industrias culturales” a partir de trabajos teóricos y también por distintos tipos de seminarios y workshops que tuvieron como finalidad instruir a los creadores sobre este concepto con el que debíamos trabajar de allí en más.
El término “industrias culturales” abarca aquellas industrias que combinan la creación, la producción y la comercialización de contenidos que son inmateriales y simbólicos en su naturaleza. Y por lo tanto, el teatro está incluido dentro de sus mercancías a comercializar, incluso uno como el argentino, caracterizado habitualmente como “teatro pobre”. Fue incluso esta caracterización la que colaboró con la mercantilización del teatro de los años 90. Europa se fascinaba ante nuestras creaciones y creadores que con un dinero ínfimo podían hacer arte, mientras ellos se sentían paralizados frente a la carencia. Ante tal actitud, enfrentarse a estos “Otros” que podían hacer lo que ellos no estaban dispuestos a hacer era una manera de observarse en el espejo deformante de los visitantes a festivales y circuitos teatrales del viejo mundo.
Y lentamente la lógica neoliberal fue acercándose a las creaciones y al arte. Y, creemos, ha llegado el momento de preguntarse acerca de cuáles han sido las principales consecuencias.
La lógica del mercado tiene su propio sistema de valores, que tal vez no coincidan exactamente con los que sigue el arte, y en ese sentido la pregunta clave que nos hicimos es qué lugar le queda al arte, a la creación, cuando deben someterse a una lógica que les es ajena y tal vez hostil.
Un único ejemplo podrá clarificar la cuestión. Hace no tantos años para hablar de teatro nos referíamos a los distintos sistemas de producción existentes. Así nos referíamos a un teatro comercial, uno oficial y uno, más amplio y complejo, independiente. Estas categorías, hoy, ¿siguen siendo vigentes? ¿Definen algo en particular? ¿Cómo puede explicarse que una obra producida en la sala experimental del San Martín en el ciclo Biodrama haya llegado meses después a la calle Corrientes sin que se viera afectada en lo más mínimo en su estructura? ¿Tiene explicación que actores de la televisión lleguen directamente a protagonizar una obra de teatro en la escena oficial? ¿Por qué el teatro comercial se nutre de directores de la denominada escena independiente para montar sus producciones? Cuando el teatro independiente depende de los subsidios oficiales para llevar adelante sus producciones, ¿sigue siendo independiente? ¿Se le respetan los tiempos laxos que muchas veces la creación artística requiere, frente a la burocracia gubernamental que exige facturas para justificar sus egresos monetarios y dar cuenta de los gastos?
Por todo ello en este número decidimos someter a los distintos productos culturales, y a nosotros mismos como parte de ellos, a diferentes preguntas que rondan en torno a la dimensión material de la creación. Alejarnos por un instante de la idealización que habitualmente hacemos del arte y mirar de frente sus miserias y sus hazañas, sus cobardías y sus heroicidades. Ni apocalípticos ni integrados. Sólo preguntas. ¿Cómo hacer para subsistir sin ser cooptados por una lógica que nos es ajena? ¿Cómo sobrevivir a un mercado que se nutre de aquello que le sirve y descarta lo que no quiere? ¿Quién se beneficia en definitiva con todos estos esfuerzos personales que hacen de la cultura argentina un faro para el mundo de la cultura latinoamericana? ¿Invierten quienes deben invertir? ¿Hemos sabido aprovechar las ventajas del concepto “industrias culturales”, o hemos hecho de él lo mismo que con el capitalismo? ¿Nos estaremos vaciando?. Dentro de las distintas disciplinas artísticas, el teatro tal vez ha sido –y sigue siendo–, una de las más débiles. Y ha sido precisamente esa misma debilidad la que le ha permitido sobrevivir a los más disímiles regímenes políticos y circunstancias históricas, desde la Grecia antigua pasando por el Imperio Romano, atravesando con fuerza la Inglaterra isabelina y el Siglo de Oro español, sin olvidar su actitud en tiempos de entreguerra y en plena posmodernidad. El teatro ha sobrevivido. Algunas veces en silencio, otras susurrando y otras gritando. Pero ha sobrevivido.
En nuestro país logró mirar de frente al período colonial, supo comprender el multiculturalismo que se forjaba a la par de los movimientos migratorios, resistió estoicamente a la dictadura y vivió con euforia el renacer democrático en los 80. Repasar la historia del teatro porteño a lo largo de la historia nacional es una buena manera de comprender cómo los artistas se posicionaron ante las distintas circunstancias que debieron atravesar.
¿Pero qué pasó con los años 90? ¿Cómo se posicionó ante el nuevo siglo? ¿Cuáles son los nuevos dilemas que enfrenta y cómo intenta dar respuesta?
Por primera vez Funámbulos entiende que carece de sentido seguir reflexionando acerca de lo estético en sí, e ignorar que todas esas búsquedas tienen inevitablemente que entrar en puja con otras lógicas que pueden parecer ajenas a un teatro tan pobre como el nuestro, pero que le atañen, aunque le pese.
Los que trabajamos en el ámbito de la cultura nos hemos ido familiarizando lentamente con el concepto de “industrias culturales” a partir de trabajos teóricos y también por distintos tipos de seminarios y workshops que tuvieron como finalidad instruir a los creadores sobre este concepto con el que debíamos trabajar de allí en más.
El término “industrias culturales” abarca aquellas industrias que combinan la creación, la producción y la comercialización de contenidos que son inmateriales y simbólicos en su naturaleza. Y por lo tanto, el teatro está incluido dentro de sus mercancías a comercializar, incluso uno como el argentino, caracterizado habitualmente como “teatro pobre”. Fue incluso esta caracterización la que colaboró con la mercantilización del teatro de los años 90. Europa se fascinaba ante nuestras creaciones y creadores que con un dinero ínfimo podían hacer arte, mientras ellos se sentían paralizados frente a la carencia. Ante tal actitud, enfrentarse a estos “Otros” que podían hacer lo que ellos no estaban dispuestos a hacer era una manera de observarse en el espejo deformante de los visitantes a festivales y circuitos teatrales del viejo mundo.
Y lentamente la lógica neoliberal fue acercándose a las creaciones y al arte. Y, creemos, ha llegado el momento de preguntarse acerca de cuáles han sido las principales consecuencias.
La lógica del mercado tiene su propio sistema de valores, que tal vez no coincidan exactamente con los que sigue el arte, y en ese sentido la pregunta clave que nos hicimos es qué lugar le queda al arte, a la creación, cuando deben someterse a una lógica que les es ajena y tal vez hostil.
Un único ejemplo podrá clarificar la cuestión. Hace no tantos años para hablar de teatro nos referíamos a los distintos sistemas de producción existentes. Así nos referíamos a un teatro comercial, uno oficial y uno, más amplio y complejo, independiente. Estas categorías, hoy, ¿siguen siendo vigentes? ¿Definen algo en particular? ¿Cómo puede explicarse que una obra producida en la sala experimental del San Martín en el ciclo Biodrama haya llegado meses después a la calle Corrientes sin que se viera afectada en lo más mínimo en su estructura? ¿Tiene explicación que actores de la televisión lleguen directamente a protagonizar una obra de teatro en la escena oficial? ¿Por qué el teatro comercial se nutre de directores de la denominada escena independiente para montar sus producciones? Cuando el teatro independiente depende de los subsidios oficiales para llevar adelante sus producciones, ¿sigue siendo independiente? ¿Se le respetan los tiempos laxos que muchas veces la creación artística requiere, frente a la burocracia gubernamental que exige facturas para justificar sus egresos monetarios y dar cuenta de los gastos?
Por todo ello en este número decidimos someter a los distintos productos culturales, y a nosotros mismos como parte de ellos, a diferentes preguntas que rondan en torno a la dimensión material de la creación. Alejarnos por un instante de la idealización que habitualmente hacemos del arte y mirar de frente sus miserias y sus hazañas, sus cobardías y sus heroicidades. Ni apocalípticos ni integrados. Sólo preguntas. ¿Cómo hacer para subsistir sin ser cooptados por una lógica que nos es ajena? ¿Cómo sobrevivir a un mercado que se nutre de aquello que le sirve y descarta lo que no quiere? ¿Quién se beneficia en definitiva con todos estos esfuerzos personales que hacen de la cultura argentina un faro para el mundo de la cultura latinoamericana? ¿Invierten quienes deben invertir? ¿Hemos sabido aprovechar las ventajas del concepto “industrias culturales”, o hemos hecho de él lo mismo que con el capitalismo? ¿Nos estaremos vaciando?Dentro de las distintas disciplinas artísticas, el teatro tal vez ha sido –y sigue siendo–, una de las más débiles. Y ha sido precisamente esa misma debilidad la que le ha permitido sobrevivir a los más disímiles regímenes políticos y circunstancias históricas, desde la Grecia antigua pasando por el Imperio Romano, atravesando con fuerza la Inglaterra isabelina y el Siglo de Oro español, sin olvidar su actitud en tiempos de entreguerra y en plena posmodernidad. El teatro ha sobrevivido. Algunas veces en silencio, otras susurrando y otras gritando. Pero ha sobrevivido.
En nuestro país logró mirar de frente al período colonial, supo comprender el multiculturalismo que se forjaba a la par de los movimientos migratorios, resistió estoicamente a la dictadura y vivió con euforia el renacer democrático en los 80. Repasar la historia del teatro porteño a lo largo de la historia nacional es una buena manera de comprender cómo los artistas se posicionaron ante las distintas circunstancias que debieron atravesar.
¿Pero qué pasó con los años 90? ¿Cómo se posicionó ante el nuevo siglo? ¿Cuáles son los nuevos dilemas que enfrenta y cómo intenta dar respuesta?
Por primera vez Funámbulos entiende que carece de sentido seguir reflexionando acerca de lo estético en sí, e ignorar que todas esas búsquedas tienen inevitablemente que entrar en puja con otras lógicas que pueden parecer ajenas a un teatro tan pobre como el nuestro, pero que le atañen, aunque le pese.
Los que trabajamos en el ámbito de la cultura nos hemos ido familiarizando lentamente con el concepto de “industrias culturales” a partir de trabajos teóricos y también por distintos tipos de seminarios y workshops que tuvieron como finalidad instruir a los creadores sobre este concepto con el que debíamos trabajar de allí en más.
El término “industrias culturales” abarca aquellas industrias que combinan la creación, la producción y la comercialización de contenidos que son inmateriales y simbólicos en su naturaleza. Y por lo tanto, el teatro está incluido dentro de sus mercancías a comercializar, incluso uno como el argentino, caracterizado habitualmente como “teatro pobre”. Fue incluso esta caracterización la que colaboró con la mercantilización del teatro de los años 90. Europa se fascinaba ante nuestras creaciones y creadores que con un dinero ínfimo podían hacer arte, mientras ellos se sentían paralizados frente a la carencia. Ante tal actitud, enfrentarse a estos “Otros” que podían hacer lo que ellos no estaban dispuestos a hacer era una manera de observarse en el espejo deformante de los visitantes a festivales y circuitos teatrales del viejo mundo.
Y lentamente la lógica neoliberal fue acercándose a las creaciones y al arte. Y, creemos, ha llegado el momento de preguntarse acerca de cuáles han sido las principales consecuencias.
La lógica del mercado tiene su propio sistema de valores, que tal vez no coincidan exactamente con los que sigue el arte, y en ese sentido la pregunta clave que nos hicimos es qué lugar le queda al arte, a la creación, cuando deben someterse a una lógica que les es ajena y tal vez hostil.
Un único ejemplo podrá clarificar la cuestión. Hace no tantos años para hablar de teatro nos referíamos a los distintos sistemas de producción existentes. Así nos referíamos a un teatro comercial, uno oficial y uno, más amplio y complejo, independiente. Estas categorías, hoy, ¿siguen siendo vigentes? ¿Definen algo en particular? ¿Cómo puede explicarse que una obra producida en la sala experimental del San Martín en el ciclo Biodrama haya llegado meses después a la calle Corrientes sin que se viera afectada en lo más mínimo en su estructura? ¿Tiene explicación que actores de la televisión lleguen directamente a protagonizar una obra de teatro en la escena oficial? ¿Por qué el teatro comercial se nutre de directores de la denominada escena independiente para montar sus producciones? Cuando el teatro independiente depende de los subsidios oficiales para llevar adelante sus producciones, ¿sigue siendo independiente? ¿Se le respetan los tiempos laxos que muchas veces la creación artística requiere, frente a la burocracia gubernamental que exige facturas para justificar sus egresos monetarios y dar cuenta de los gastos?
Por todo ello en este número decidimos someter a los distintos productos culturales, y a nosotros mismos como parte de ellos, a diferentes preguntas que rondan en torno a la dimensión material de la creación. Alejarnos por un instante de la idealización que habitualmente hacemos del arte y mirar de frente sus miserias y sus hazañas, sus cobardías y sus heroicidades. Ni apocalípticos ni integrados. Sólo preguntas. ¿Cómo hacer para subsistir sin ser cooptados por una lógica que nos es ajena? ¿Cómo sobrevivir a un mercado que se nutre de aquello que le sirve y descarta lo que no quiere? ¿Quién se beneficia en definitiva con todos estos esfuerzos personales que hacen de la cultura argentina un faro para el mundo de la cultura latinoamericana? ¿Invierten quienes deben invertir? ¿Hemos sabido aprovechar las ventajas del concepto “industrias culturales”, o hemos hecho de él lo mismo que con el capitalismo? ¿Nos estaremos vaciando? ■ PUBLICADA EN EL NÚMERO 27

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