sábado, 1 de enero de 2005

Las trampas de la representación

Esther Díaz es una de las pocas intelectuales argentinas que ha hecho del pensamiento una experiencia. Al conocerla uno percibe, inmediatamente, que sus teorías –que transmite con claridad de pedagoga- han marcado y atravesado incluso a su propio cuerpo. La búsqueda permanente de líneas de fuga, de un pensamiento posible de escapar a la hegemonía, y de resistencia, son marcas indelebles en su discurso y trayectoria. En esta charla con Funámbulos la filósofa busca líneas posibles a partir de las cuales acceder a esos pequeños espacios de libertad que aparecen bajo la forma del estallido y del instante, pero que nos permitirían escapar a la trampa del mundo moderno centrada en el concepto de representación, tanto para la ciencia como para el conocimiento y la propia vida. Entrevista realizada por Federico Irazábal.

¿Desde dónde y desde quiénes podría comenzar a pensarse sobre las llamadas “teorías de la representación” y sus correspondientes críticas?
Me parece que uno de los puntos de partida centrales, y en función del conocimiento que tengo de tu discurso y de la revista, sería el de una perspectiva política. Y en ese sentido plantearía en primera instancia algo sobre la estrecha relación que siempre hubo entre las formas políticas y jurídicas y las maneras de acceder a la verdad en el conocimiento, ya sea éste el conocimiento científico en la modernidad, siglo XVI en adelante, como en otros tipos o formas de conocimiento que hubo anteriormente. ¿Cómo puedo dar cuenta de esto? Se ve por ejemplo en los textos antiguos, como en Edipo Rey. Allí se ve que la manera de buscar la verdad por parte del juez y el político, que en esa sociedad coincidían, es exactamente la misma que usa el conocimiento científico hoy. Edipo, que comienza con la peste en Tebas, quiere, como gobernante, saber la verdad a toda costa. El por qué de esa peste. El sabio, Tiresias, le aconseja que no siga buscando la verdad, pero Edipo es el nombre del exceso de la verdad. Y los métodos que se van dando para que él llegue a esa verdad que tanto busca y que es su perdición son similares a los que la pre-ciencia primero y la ciencia después usan: la prueba, los testimonios, la confrontación de unos discursos con otros. Es toda una indagación jurídico policial. Y hoy cuando hacemos investigación hacemos lo mismo. Pero dejemos el ejemplo y vayamos al tema de la representación y su historia. Hubo toda una época donde lo importante eran las pruebas. Después viene otra donde lo importante era lo que Foucault llama la indagación, es decir, tratar de buscar elementos que permitan encontrar el por qué de ciertas cosas. En la modernidad hay una ruptura epistemológica que marca un cambio con la edad media. En ella se buscaba la verdad por semejanza. Se decía “tal planta es buena para los ojos porque sus hojas son similares a los ojos”. Esto cambia en la modernidad, y se impone otra manera de acceder a la verdad, que es la que llamamos “representación”. En la modernidad es más importante la representación que las cosas mismas. Los filósofos usamos muchas palabras para tratar de hacer entender cosas, mientras que los artistas lo pueden hacer en un instante. Es por eso que Foucault, en Las palabras y las cosas, comienza analizando Las Meninas de Velásquez, pintada en el siglo XVII, donde está la representación en su apogeo. Allí uno se pregunta qué es lo importante en la tela: no es lo que está en los primero planos, sino la figura del rey, que aparece representado en el reflejo de un espejo ubicado en el punto áureo del cuadro. Todos los personajes miran al rey, y precisamente Las Meninas está pintado en honor a él. Y Velásquez no lo representó directamente, sino que hizo la representación de la representación. No se va a representar directamente a lo que se quiere homenajear con esa obra, sino a través de una representación. ¿Por qué esto es tan importante para un análisis de las ciencias sociales? Porque lo que le preocupa a Foucault es el haber dado más importancia a la representación que a las cosas mismas, y lo hace como buen seguidor de Nietzsche, tan en contra de los simulacros, las caretas y la artificialidad de occidente y la modernidad. Por esos años Foucault estaba ilusionado con el psicoanálisis lacaniano, creyendo que a partir de él íbamos a poder escapar al mecanismo de la representación. Lacán, a diferencia de Freud, no apelaría a la representación, ya que le da importancia al significante. Pero después se desilusionó porque Lacán se hizo universalista al decir que el inconsciente se manifiesta como un lenguaje, creyendo que hay una estructura universal, y así dejó de ser perspectivista. El creía antes que el hecho de que existan significantes que remiten a otros significantes podría ser algo liberador. Porque no habría codificaciones impuestas por el poder o la sociedad, donde todos nos ponemos como ovejitas: practicar relaciones sexuales como dice el poder religioso, el médico o el psicoanalítico, porque también el psicoanálisis codifica nuestro deseo, porque dice que todos tenemos como representación originaria de nuestro deseo la “escena primaria”: mamá y papá en la cama excluyéndonos a nosotros. Así el psicoanálisis también se pone al servicio del capitalismo tardío, porque cuanto más codificado esté nuestro deseo más fácilmente se nos maneja, y quedamos así convertidos en autómatas consumistas.
¿No hay manera de zafar de la representación entonces?
Sí. Está lo que Deleuze y Guattari llaman, en El Antiedipo, las posibles lineas de fuga del deseo. Lo que hacen es desterritorializarnos de la codificación impuestas por la sociedad y hacernos gozar de un deseo sin nombre, en estado puro, un cuerpo sin órganos dicen ellos. Cuando yo leí ese libro pensé que lo habían escrito fumados. Y es posible, porque era precisamente lo que estaban intentando hacer: que surja el deseo en estado puro. Pero después, como no se los entendía, escribieron Mil mesetas, donde tuvieron que llamar a la planta planta, al sexo sexo, etc, para poder ser entendidos.
¿Y cómo se traslada esta teoría del sometimiento a determinados paradigmas representativos a la política?
Yo, Esther Díaz, brego por un pensamiento que nos permita liberarnos de las codificaciones que produce la sociedad, pero a su vez pretendo no desterritorializarme de forma permanente porque me llevarían al Borda (en algún momento hay que frenar y hegemonizarse, pero sin enamorarse del poder como dice Foucault). Si yo quiero que me respeten como profesora tengo que poder ponerme la careta de tal, pero a la vez poder zafar. Y el conflicto que me presenta este tema que me has traído es ¿qué pasa con este pensamiento liberador cuando vamos a la parte política y necesitamos que nos representen? Creo que ahí estamos en un sin salida que ya Foucault lo había visto: tenemos que reconocer que las ciencias sociales son posibles gracias a la representación, por más que en algún momento algún autor o corriente intente zafar de ella. Y cita a Marx: El hombre no solamente es el ser vivo que trabaja y habla, porque hay otros seres vivos que hacen eso, sino que nosotros somos los únicos que tenemos lenguaje articulado con la razón y los únicos que podemos representarnos nuestro lenguaje. No solamente podemos trabajar sino que también podemos representar el trabajo (las ciencias económicas por ejemplo), o vivir y representar el vivir (la biología). ¿No pasará lo mismo con la política? ¿No será que la política no puede zafar de la representación? Lo que habría que buscar en función de eso es la menor representación posible. Se supone que a quien le damos nuestra cuota de poder debe representarnos. Eso es correcto. Lo que no es correcto es que luego se tome atribuciones en función de esa representación y se represente a sí mismo y a sus propios intereses.
¿En este momento, vos podrías decir que a partir de todo el aparato técnico y tecnológico se fue produciendo un incremento de esta representación…?
Por supuesto, a punto tal que se están elidiendo los cuerpos. Vos fijate: no se gastarían los millones de dólares que se gastan por Internet en pornografía si no hubiera millones de masturbadores en cada terminal de red. La tecnociencia está actualmente al servicio del alejamiento de los cuerpos. Lo mismo ocurre con el teléfono. Con ambos métodos nos podemos masturbar perfectamente sin necesidad del cuerpo del otro. Esta tecnología nos afecta de tal manera que ha modificado absolutamente todas las prácticas: ir a bailar y no poner el cuerpo en el baile. El atractivo está básicamente en seducir, sin necesidad de concretar. Todo esto está digitalizado, y precisamente la digitalización es una manera de representación. Y la representación siempre fue alejadora del otro. Y en ese sentido vuelvo a este aparente sin salida de la política: ¿La representación política no será un alejamiento de los cuerpos a los que tienen que representar aquellos que representan? Lo dejo como pregunta pero la respuesta creo que surge sola. Y tal vez me animaría a decir que la representación política es tan representacional en el sentido fuerte del término que ya funciona sola en esa especie de danza de los cuerpos sin cuerpos, o de cuerpos virtuales. Y en ese sentido los políticos se vinculan con toda esta virtualidad que tenemos hoy.
¿Desde el lugar del representado, en las pequeñas luchas revolucionarias, también hubo una comprensión de que la fuerza está en la representación y no en el acto en sí?
Yo creo que desde el lugar del representado hay un escepticismo o pereza basado en las decepciones. Creo que los políticos han ganado por cansancio: cada vez se vota menos a nivel mundial. Pienso que la democracia es como la familia, la mantenemos porque no encontramos nada mejor. Ambas instituciones son una mierda, dos sistemas que no dan sino miseria. Pero el representado está domesticado. Las luchas del 19 y 20 de diciembre fueron un síntoma de lo contrario, pero luego muchas de esas organizaciones surgidas se montaron al aparato hegemónico y perdieron esa marca inicial. Fijate como la representación mediática de los padres de Cromagnon entra en todo este discurso, porque ellos decidieron hacer la puesta en escena de “dar la espalda” al jefe de gobierno, al representante, porque no se sienten representados, porque ese señor está representando que nos representa, cuando en realidad está representando sus propios intereses. Hegel tenía una representación del estado ideal. En una clase donde lo explica, un alumno se atrevió a decirle que estaba muy bien el estado que explicó, que era perfecto, pero que no existe en la realidad. Y Hegel, luego de pensar un rato, dijo: “tanto peor para la realidad”. ¿Quién de nosotros no tiene para sí la representación de lo que sería la pareja ideal? ¿Y qué tiene que ver eso con lo que tenemos al lado? Nada. Lo mantenemos hasta que aparezca algo mejor. Por eso siempre entre la representación y lo representado hay un hiato tremendo. Nosotros tenemos lo “ideal” como idea regulativa, aunque sepamos que nunca vamos a alcanzarlo.
¿Entonces no hay alternativa? ¿No hay forma de escapar a este mecanismo representacional?
Yo hoy no creo, como en los 60, que la revolución está a la vuelta de la esquina, pero sí creo que hay instantes, fugaces, donde podemos alcanzar la democracia, la verdadera representación. Hoy creo, a diferencia de aquellos años, que hay que permanentemente cambiar de lugar para encontrar esas líneas de fugas. No podés permanecer en un mismo lugar, porque el poder hegemónico es hábil. Por ejemplo: un día estás en una fiesta y se consume alguna droga. Vos podés consumirla esa noche, y transgredís si querés ciertas normas, pero el problema es que si te hacés drogadicto fuiste cooptado por el sistema, hacés una hegemonía de los márgenes. Y si rechazo como lo hago cualquier tipo de hegemonía sería absurdo pensar que creo que exista una hegemonía de la libertad, solo chispasos. ■ PUBLICADA EN EL NÚMERO 23

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