martes, 1 de julio de 2003

Patria Chica

En casa es un texto que podría ser acusado de intimista. Pero en este artículo su autor indaga en las líneas sociales que traza Luciano Suardi y busca realizar desde allí una aproximación a su política dramática, Por Federico Irazábal

Apuntes
Resaltemos esquemáticamente, antes de entrar al análisis, ciertos elementos relevantes desde nuestra perspectiva:
-El espectador rodea el dispositivo. Lo ve todo, con excepción de un cuarto donde “no es visible lo que pueda ocurrir adentro”.
-Pese a todo el naturalismo que desprende el texto, “Los tamaños de las habitaciones, y las formas, están distorsionados”.
-Está previsto que el mundo ingrese a la ficción con una “radio sonando con las noticias del día en vivo”.
-El primer diálogo recurre a la norma y al sentido común que establece que los jóvenes, un sábado a la noche, deben salir.
-La mujer-madre preocupada por el olvido: irrumpe la memoria como problemática.
-Aparece la historia política con los distintos crímenes en términos de contexto. El único crimen que carece de marco contextual es el que sucede en vivo, y que deberá ser aportado por el espectador.

Lecturas
Podríamos decir que no hay en la historia de la nueva dramaturgia (?) obra más intimista que En casa (El último día que los vieron vivos), y por lo tanto se podría afirmar con coherencia que de político, de lo que llamamos político, no tiene absolutamente nada. Y es cierto. No tiene nada. Pero como nos gusta divertirnos, y no creemos en lo evidente, intentaremos observar más en profundidad.
¿Será posible que exista algo tan intensamente íntimo que se aleje de lo social hasta el extremo de anularlo? O más precisamente: ¿Qué significa que algo sea intensamente íntimo, cuando de arte estamos hablando?
Hay frases que ya forman parte del sentido común que sostienen que toda estética es política. Porque se trata de una producción humana, y toda producción humana que forma parte de lo cultural es ideológica. De allí a lo político no hay más que un breve recorrido discursivo.
Podríamos por lo tanto contentarnos con decir que En casa... es una obra política por esa sencilla razón. Pero creemos que sostener una barbaridad semejante es minimizarla. En casa... es una obra política (que puede ser recortada desde allí) pero por razones bastante más importantes. Vayamos por partes.
I.
Decir que algo es político es igual a decir que algo es bueno o malo, que es realista o absurdista, coherente o magistral. Todos son actos de lectura. Y como tales no están exentos de interpretación. Y toda interpretación (todo acto hermenéutico diría un académico de ley) se inscribe en una determinada tradición a la vez que la quebranta. En este sentido los argentinos nos hemos instalado desde el derrocamiento de De la Rúa en un nuevo eje semántico consistente en la apropiación del espacio político por parte del pueblo (eso que se denomina democracia). Por lo tanto la política se ha convertido en la nueva vedette de la crítica cultural (“todo es político”), y no deja de ser un acto político el sostener que algo es político: es formar parte de un sintagma, de un eje discursivo, es reforzar un modo de ver el mundo, es formar parte del status quo, reafianzar lo dado. Y desde Kirchner en adelante todo es político. El Kirchnerismo tuvo la inteligencia de crear un espacio identitario tan irremediablemente amplio que prácticamente no queda espacio para no ser oficialista.
II.
Pero al margen de esa verdad de perogrullo, que como tal nos dice poco o nada sobre el tema, debemos comenzar a indagar en torno a la propuesta dramática y escénica para ver qué hay en profundidad allí. En principio y como punto relevante de la estética propuesta debemos reconocer que uno de los ejes temáticos más importantes (desde un punto de vista formal) es la mirada reflexiva que se produce sobre los espacios públicos y privados, redefiniéndolos. Por el lugar que ocupa el espectador no podemos decir que estamos ante una obra íntima (el anacrónico drama burgués, drama de familia o privado) sino más bien ante una netamente social. ¿Por qué? Porque el espectador no observa una escena, sino más bien observa el acto de observar. Esto significa que por la disposición espacial de las ventanas cuando uno mira, ve a los otros espectadores mirar. Por lo tanto se trata de ver cómo algo tan privado como una cena familiar es vista por los otros y por mí. Lo privado, la actuación naturalista, las milanesas y los tomates reales no alcanzan para que olvide el nivel de la representación, puesto que los otros espectadores me traen permanentemente a la realidad. Por lo tanto hay un juego entre lo real y lo ficcional que se imbrica con lo público y lo privado, trayendo a escena lo social. Los argentinos, creadores y creados del y por el menemismo, asistimos a una reconversión de esos espacios. En primer lugar lo público se volvió privado: al privatizar las empresas fuimos privados de las mismas. Pero para que no nos alarmemos ni sintamos una pérdida muy grande, y como pago por semejante esfuerzo, nos regalaron la publicidad de lo privado. Asistimos a una de las más grandes puestas en escena de lo íntimo, un espectáculo de la sexualidad (desde la del presidente hasta la de un sacerdote), un espectáculo de la ducha y del baño (Gran Hermano: ¡podíamos ver durante horas a gente dormir!). Supimos todo de todos, y así nos fuimos alejando de lo importante: la política.
III.
Pero aquí no vasta con habernos enterado de la intimidad de los otros. Tampoco vasta como país con habernos enterado de los secretos (actos de corrupción) de los otros. Aquí solo alcanza la responsabilidad: el acto ético como causa del ver. El saber nos ubica en el lugar de la responsabilidad, en el lugar del decidir qué hacer con ese saber. En casa... juega con esta temática puesto que el eje central es un asesinato... Uno, tres o cuatro, da lo mismo, porque lo que importa no es el asesinato sino la reacción que ante él tengamos. Tres actores, en simultáneo, nos cuentan tres asesinatos (reales, históricos) muy conocidos. Nos ubican en todos sus detalles, sin olvidar de dar el marco político en el cual se produjeron. Nosotros escuchamos casi con la misma impunidad con la que escuchamos una receta de cocina de Blanca Cota. Luego, y como si esto fuera poco, asistimos a un asesinato (a su representación, no a su mero relato) al que no vemos directamente pero del que somos testigos. Y allí termina. ¿Qué hace el espectador? Se queda impávido, sin saber qué hacer. Para aplaudir no da, para irse tampoco porque quizás falta algo, pero para quedarse menos porque al fin y al cabo ya no pasa nada. Se produce un silencio incómodo. Se producen miradas cómplices. Se escuchan susurros. Risas nerviosas. Actitudes histéricas. En suma, nada pasa. Nada pasa cuando uno ha asistido a un asesinato. Porque nunca nada pasa. Suardi juega perversamente con el espectador porque lo ubica en un lugar absolutamente activo, pero a la vez permanentemente lo excluye, lo aleja, le dice que mire pero lo importante sucede fuera. Crea un cuarto oscuro, un cuarto al cual no se tiene acceso, y es allí donde sucede lo importante. Porque en la sociedad del espectáculo (la de los medios que lo invaden todo) lo importante siempre sucede de noche, sin testigos y en secreto (no olvidemos que a fines del 2001 despertar en la Argentina era no saber qué nueva ley, decreto o expropiación iba a haber).
IV.
Lo sabemos todo pero no vasta. El saber no nos ubica en un lugar de actividad sino en una espera de la responsabilidad. Ahora debemos incorporar una palabra: memoria. Dice una didascalia del texto: “La madre (...) tiene miedo de olvidar”. Todos en casa recuerdan. Tienen una memoria prodigiosa. Ella invierte energía en recordar lo comido, recuerdan asesinatos del pasado sin olvidar ni la temperatura, ni el estado del cielo, ni los acontecimientos superfluos que hayan sucedido. Recuerdan con total precisión la vida (o la muerte más bien) de los otros, pero poco se observan a sí mismos. Y aquí deberíamos preguntarnos qué función cumple la memoria o el aprender de la experiencia de los otros si no aplicamos ese pasado o esa experiencia ajena a nuestro propio tiempo y a nuestra propia vida. Aparentemente de no hacer ese movimiento todo queda en el banal chusmerío.
Y con esto cerramos el círculo político de este texto: chusmerío mediático. ¿De qué sirve escuchar las noticias del día si no aprendemos de ellas para no repetir? Suardi se encargó de que la radio que suena en la casa sea en vivo, que el mundo de lo real y de lo social circule por el escenario. Esa radio nos obliga a realizar esta lectura vinculada a lo social. Porque se busca que el mundo ingrese al espacio ficcional con noticias y asesinatos reales (presentes o pasados, pero reales) y así se desficcionaliza la ficción. Y nosotros, espectadores de este asesinato ficcional, asistimos a él con la misma impunidad e inacción con la que asistimos a los anteriores, que fueron reales.
V.
¿De qué sirve relatar un crimen si no es para no olvidarlo, no imitarlo, no dejarlo impune? ¿De qué sirve esta representación si no es para preguntarnos qué lugar ocupamos nosotros como espectadores permanentes de vidas ajenas, de muertes ajenas y de asesinatos que nos son propios?. Somos impunes. Responsables. Memoriosos de banalidades. Olvidadizos de lo que sucede en casa: en la tuya, en la mía, en la nuestra. Publicado en el número 20.

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