miércoles, 8 de junio de 2011

El teatro off. Segunda parte

Por Lucho Bordegaray

Sí, gracias Mónica Berman por el “pasen y vean”. Pero, ¿a dónde pasamos, si no hay certezas sobre qué es “el off del off”? Porque es tan cierto todo lo que dijo la camarada preopinante como que, luego de leer su nota, estamos como cuando llegamos de España. Y no se debe a que no haya habido un aporte en sus palabras, sino a que ese sector (off, alternativo o independiente) es el que está cargando con varias deudas consigo mismo, y una de ellas es la de no lograr darse una identidad más que gracias al enemigo común, llámese éste –según cada momento– inspectores buscacoimas, ministros incumplidores o legislación paranoica. Es decir: si viviéramos en una ciudad ideal en cuanto a su organización y su administración políticas, las y los titulares de las salas no oficiales ni empresariales porteñas ya habrían discutido y concluido qué las identifica. E incluso qué las distingue a unas de otras: las habría independientes y subsidio-dependientes, alternativas ma non troppo y audaces con ganas, las decididamente off y las apetentes del sistema.

Para salir del pantano teórico, habrá que tomar una decisión y enumerar algunas salas a las que podemos considerar como referentes de este “off del off”: Elefante, Vera Vera, El Crisol, Polonia, Escalada, Del Perro, Defensores de Bravard, Guapachoza, Cámara de Teatro, La Castorera, Ladran Sancho. Entre éstas las hay habilitadas y cuasi clandestinas, dentro de circuitos establecidos o alejadas de toda geografía reconocible como teatral, creadas como espacio para espectáculos y construcciones preexistentes adaptadas, que reciben proyectos ajenos o que sólo montan producciones nacidas en sus propios equipos, e incluso podemos decir que algunas cuidan al público desde su llegada y otras…, otras no, por lo que difícilmente podríamos definir algo que tengan todas en común.

Pero lo que sí podemos decir y debemos seguir observando es que algunos de estos espacios tienen intenciones que se evidencian en su programación. Por ejemplo, el riesgo y lo experimental son casi constantes en la cartelera de Escalada, desde su apertura con Otelo, campeón mundial de la derrota (previamente estrenada en el Sportivo Teatral), y siguiendo por Canción de amor, B, La mente en blanco, Nueve, Pieza para pequeño efecto, hasta la reciente Todos quieren lágrimas. Así como lo íntimo prima en la mayoría de las obras que se presentaron en Elefante: Díptico (Sencilla y Ella merece lo mejor), Desvelada y sola, Rocío (o el paisaje) y Mi propia playa. O la capacidad de Vera Vera para contener trabajos de debutantes en la dirección y en la dramaturgia, como Que no se corte en Buenos Aires, Tambo, Ardas o Manifiesto por una Nueva República, Bypass, Temporal, De memoria, Offic o Cena, comedia romántica en tres platos.

Aunque hoy reconocida y validada, la sala del Colectivo Teatral Puerta Roja indudablemente nació en las márgenes del off, y resulta un buen ejemplo de la vinculación estética entre espacio y montajes. Al seguir el recorrido de este grupo, tendremos un panorama en el que la austeridad y hasta el despojamiento del espacio escénico son casi constantes en las puestas de Adrián Canale y Marcelo Subiotto, seguramente consecuencia de la búsqueda en el trabajo actoral por sobre todo otro recurso. No resulta aventurado suponer que esa sala ha funcionado y funciona no sólo como contenedora, sino como potenciadora de la estética de las obras allí producidas, tales como Servir, Parece algo muy simple, La oscuridad de los oscuros, Hablar de amor, El círculo de Maiakovski, Amentia o Ausencia. Y una vez consolidada la estética de la casa, puede favorecer otros felices encuentros entre espacio y propuestas que no sean propias de ese colectivo, como resultó ser el de Si te hubieras quedado (conmigo), de Pablo Iglesias, e incluso permite apostar a escenografías más realistas sin que por ello se rompa con la sobriedad y cierto clima de desnudez que favorece al relato, como sucedió en la puesta de Canale de Las descentradas.

Otro caso interesante es el de Timbre 4, el espacio de Claudio Tolcachir. Tras la inicial propuesta de Jamón del diablo (2002), es con La omisión de la familia Coleman (2005) que tanto el director como la sala obtienen un gran reconocimiento del público. Sí: Timbre 4 se instaló en la memoria de innumerables espectadores como un espacio señero, cuando en realidad está lejos de ser la única y menos aun la primera sala teatral instalada en un departamento de propiedad horizontal. ¿En qué se diferenció Timbre 4 de sus pares como para que todavía escuchemos, de cuando en cuando, a alguna señora en la fila de un teatro refiriéndose a “aquella obra que vimos en esa casita de Boedo”? Se diferenció en que La omisión… se valía de la casa como tal, no la disimulaba ni la recreaba: estaba ahí, la casa y sus puertas y el patio y la escalera eran tan protagonistas como la abuela o como Marito, porque toda familia –hasta una como los Coleman– refiere a una casa. Y no es que la obra haya quedado atada a la casa, pues ha sido aplaudida en más de 200 funciones realizadas en otros teatros –desde Chile hasta Bosnia y Herzegovina–, sino que ha compartido su aprobación con el espacio donde nació. Deseado o no, hubo ahí un acontecimiento fundante que devino en cierta estética que en los últimos años irrumpió claramente en Tercer cuerpo, del mismo Tolcachir, y también en Porque todo sucedió en el baño, de Lautaro Perotti. ¿Qué sucederá, entonces, cuando Timbre 4 inaugure su nuevo espacio teatral sobre la calle México? ¿Habrá un cambio en las obras que surjan de un espacio que no tendrá la configuración de la ya mítica casita? El tiempo lo dirá, y oportunamente lo pensaremos. Pero ese acontecimiento sin dudas completará el cuadro de la correspondencia mutua entre salas y estéticas teatrales.

Sin dudas es importante seguir pensando esta correspondencia. Pero no que la pensemos periodistas y académicos para bajar luego con nuestra verdad revelada esculpida en piedra, sino que reflexione y evalúe la misma gente que hace teatro, de manera que cuando salga a la calle con la carpeta en la que tanto trabajó para ofrecer su obra a una sala, se encamine a los lugares adecuados, a los proporcionados con la propuesta, que no necesariamente serán los que tienen más convocatoria de público o los que están mejor equipados.

(Digresión: en este punto hay que corregir un uso, pues siempre aplicamos el verbo condicionar cuando creemos que el condicionante hace perder valor, pero también puede ser lo contrario: si te dan la sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación, cuando entres y veas esa inagotable parrilla que corona tu cabeza, el espacio te estará condicionando a que no uses un tacho y dos velas, y quizás ésa sea toda la iluminación que tu obra requiera).

No entender las reales necesidades de una obra teatral para ser llevada a escena resulta casi siempre en vanos despliegues. Un error grave, pues pocos ámbitos como el teatro tienen la capacidad de resolver lo propio con facilidad según aquello de “menos es más” (aunque tanto nos guste el “más”). Y en esto, el “off del off” tiene mucho para dar.

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