lunes, 18 de mayo de 2009

Zona crítica

Electra Shock
Por Ana Durán

Adaptación y dir.: José María Muscari. Con: Carolina Fal, Stella Galazzi, Horacio Acosta, Julieta Vallina, Martín Urbaneja, Guillermo Arengo y Mercedes Scápola Morán. Teatro Regina. Santa Fe 1235. Viernes y sábados, 23.30 hs. 10 pesos.

Si algo es su especialidad, si de algo puede decirse que José María Muscari maneja como ningún otro, es poner en juego un verdadero evento y banalizar todo lo que toca. Y esto último –que puede parecer peyorativo– funciona en su teatro como el formato televisivo en los medios de comunicación: la “verdad” (si es que existe), la reflexión, la tragedia jamás pasarán por allí, sino sólo retazos mal cosidos de algunos verosímiles. Muscari juega con esto, con el formato banalizado de lo teatral-televisivo, a la manera de un show que superficializa todo lo que toca.
En ese sentido Electra Shock –versión libre de la Electra de Sófocles– está planteada claramente en dos registros: uno más trágico/naturalista (el de Carolina Fal) que todo el tiempo es interrumpido para que la emoción no prospere, y otro más paródico/satírico (el del resto de la compañía) que parece afirmar que la tragedia no está allí (jamás podría estar en un escenario) sino puertas adentro, en la intimidad, donde el show desaparece y con él las plumas, los excesos y las mentiras.
Como siempre, el suyo es un teatro que se mira el ombligo y deja al descubierto que todo es un guión más o menos trucho y que los actores están sujetos con piolines, como remedos patéticos de aquellos personajes trágicos que al hablar de sí mismos hablaban del mundo, que al mostrar su dolor condensaban el dolor de la propia existencia.
Y es cierto: Muscari irrita porque parece no tomarse nada en serio ni buscar por el lado bienpensante del teatro, porque parece desprolijo y caprichoso, pero sobre todo porque tiene una manera personal e irreverente de hacer del teatro un hecho siempre vivo.


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La balsa de la medusa
Por Federico Irazábal

Dir.: Emilio García Wehbi. Con: Eva Carrizo, Romina Ciera, Gerardo Otero, Natacha Codromaz, Estefanía Daicz, Érica D’Alessandro, Pablo Ramírez y Juliana Santo Domingo. Elkafka. Lambaré 866. Sábado, 23 hs. 12 pesos.

¿Puede el espectador ser el protagonista de un espectáculo sin siquiera levantarse de su butaca? Hay antecedentes de ello. Y el más significativo es Insultos al público de Peter Handke. Y sobre él ha trabajado Emilio García Wehbi para preparar el último trabajo de residencia del IUNA, La balsa de la medusa, nombre del cuadro del romántico francés Théodore Géricault. Construido bajo un sistema de listas, La balsa… ofrece al espectador una serie infinita de insultos elaborados e inteligentes, para cumplir con una de las premisas de su director: la provocación. Pero esto, que aparentemente es lo más relevante del espectáculo, en realidad es una mínima parte, ya que convoca a una reflexión mayor que implique la relación que la escena mantiene con la platea, y las responsabilidades diseminadas en ambos: “ustedes son tan cómplices como nosotros”.
Desde el principio se sabe qué es lo que ocurrirá: esta noche fracasaremos todos, actores y espectadores. Y el fracaso está focalizado en la imposibilidad de producir una ruptura en la ficcionalidad propia del teatro. Esa teatralidad negada por la ausencia de personajes claros, por una falta radical de historia a ser contada (porque se trata sólo de un prólogo) y dada también por las permanentes interpelaciones, conduce inevitablemente a una imposibilidad: la ficción pese a todo asoma, y Wehbi lo sabe. Sabe de la cobardía y de los límites que el arte aún no ha podido transgredir: el final lógico de ese espectáculo es la muerte de los actores y los espectadores, pero ante ese imposible sólo queda la parodia, la mueca vacía de sentido que pone en escena esta balsa de un barco francés en la que algunos se salvaron. Pero la pregunta resurge: ¿hay posibilidad de salvarse?


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Los reyes
Por Federico Irazábal

De: Julio Cortázar. Dir.: Luciano Cáceres. Con: Rodolfo Roca, Martín Comán, Ezequiel Tronconi, Luján Martínez, Héctor Bordoni, Natasha Ivannova, Bárbara Molinari y elenco. Elkafka. Lambaré 866. Domingos, 19 hs. 12 pesos.

Entre los muchos textos teatrales que han sido estigmatizados bajo la rúbrica de “irrepresentables” se encuentra Los reyes, poema dramático de Julio Cortázar, basado en el mito del Minotauro. Este poema, tal como lo definió su autor, rara vez es llevado a escena precisamente por las dificultades que presenta desde su propia estructura lingüística, y por qué no, teatral. Luciano Cáceres se atreve a montarlo y sortear las dificultades que presenta. Y demuestra el director de Paraísos olvidados que es uno de los más jóvenes e importantes puestistas en escena que tiene el teatro porteño.
Conocedor de las dificultades lingüísticas, Cáceres apuesta a un trabajo visual y sonoro más que significativo, pero a la vez despojando al espacio de ElKafka de cualquier tipo de barroquismo visual. Con un par de paneles móviles logra mostrar –sugerir, más bien– la existencia de ese laberinto que alberga al monstruo que deberá ser destruido por las manos de Teseo, quien se interna a tal fin en él guiado por el mitológico hilo de Ariadna. El diseño sonoro cumple a su vez un rol central, puesto que desde el inicio mismo del espectáculo se encarga de construir una imagen de ese monstruo que en algún momento deberá pararse frente al espectador.
Otro acierto es precisamente la construcción de ese monstruo. Sin uso de máscaras (que sería la resolución más directa y simple), el Minotauro es construido a partir de un doble cuerpo y un doble género. Un actor y una actriz tienen la responsabilidad de darle el cuerpo y la voz a ese ser tan temido. Aunque por momentos las expectativas generadas son mayores que las logradas, las ideas y conceptos que rigen esta puesta hacen de Los reyes un desafío más que exitoso.


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Fiore di merda
Por Mónica Berman

Textos: Pier Paolo Passolini. Dir.: Paco Giménez. Con: Grupo La noche en vela. Teatro de la Ribera. Pedro de Mendoza 1821. Jueves a sábados, 20 hs. Domingos, 19.30 hs. 8 y 6 pesos. Jueves: 4 pesos.

“¡Son dos, pues, los paraísos que hemos perdido!” enuncia el narrador de Teorema. La puesta de Paco Giménez también inscribe paraísos perdidos, tal vez, muchos más que dos.
Pero la pérdida del paraíso no tiene necesariamente un correlato trágico (aunque tal vez sí nostálgico), por el contrario oscila entre imágenes patéticas, poéticas y cómicas.
De textos diferentes, ¿de universos diferentes? No importa, la puesta de La noche en vela juega con el recurso de pachwork (en el sentido en que lo plantea Mabel Tassara en El castillo de Borgonio), la cita, el pastiche, la mezcla de géneros altos y bajos, las operaciones de yuxtaposición aparecen con “voluntad de denuncia textual de la mixtura”.
Hay un señalamiento deliberado de los cortes y de las “costuras”, y en ese gesto de demarcación también se instala la autorreferencia, la metateatralidad, la delación del mecanismo.
Las historias fragmentadas, aludidas, explicitadas, escondidas, se entrecruzan de manera insistente en Fiore di Merda.
El homenaje a Pasolini ocupa el primer plano de la escena, aunque haya otros planos, y la concepción intertextual del espectáculo invita a una lectura cómplice por parte del espectador. El desconocimiento de los intertextos permite una lectura en otro nivel pero probablemente no anula la insistencia en Pasolini (los nombres propios son, al menos, un indicio insoslayable de esto; es demasiado grande la distancia como para eludirla, son demasiado ajenos los nombres como para naturalizarlos).
“La cosa sagrada –dijo alguna vez Pasolini– una vez desacralizada, no desaparece en absoluto. El ser sagrado sigue yuxtapuesto al ser desacralizado.” Tal vez sea una mirada pertinente para el texto espectacular de La noche en vela.


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Llanto de perro
Por Edith Scher

De: Andrés Binetti. Dir.: Andrés Binetti y Paula López. Con: Marianela Iglesia, Alejandro Lifschitz, Paula López, Gabriela Jost. Teatro del Pueblo. Av. Roque Sáenz Peña 943. Viernes, 21 hs. 10 pesos.

Entrar a la sala es toparse de inmediato con un espacio que remite a lo campero, que se insinúa con una banda sonora y un espacio de construcción precaria que en su interior tiene un catre y otros utensilios relativos al universo rural. Aislamiento, hacinamiento, ambiente opresivo. El afuera no se ve, sólo se refiere. Todo contacto con otros seres parece muy lejano en el tiempo y en el espacio.
Cuando los personajes empiezan a hablar y a desplazarse, la sensación es la de estar asistiendo a una suerte de caricaturización, por la exageración de los modismos y los trazos gruesos en la actuación. Tres hermanos que se llaman por el apellido (se deduce que no son hijos del mismo padre) comienzan a mostrar una relación que revela tosquedad, brusquedad, conductas que no han pasado por el cedazo de la “civilización”. Entonces ingresa a este universo de signos un elemento que lo resemantiza todo. Se trata de un personaje que viene del afuera, cuya actuación está en clave realista. Su entrada lleva a reacomodar todo lo anterior y a pensar que aquellos personajes tan toscos, exagerados, no estaban caricaturizados.El abismo entre un mundo y el otro, lo irreconciliable entre estas dos realidades, pasan a ser el elemento protagónico. El espectáculo tiene la eficacia de sorprender en este sentido.
Algo más cabe destacar y es que mientras el deber ser, el punto de vista bienpensante marcaría un enfoque idealizado de la gente de campo, lo que Llanto de perro propone es una mirada que está sometida a las circunstancias en las que se vive. Así expone brutalmente que en condiciones de aislamiento, hacinamiento e ignorancia, los seres se vuelven siniestros.


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Anfitrión
Por Mónica Berman

Adaptación y dir.: Diego Manara y Nicolás Strock. Con: Ariel Bucarón, Diego Manara, Nicolás Strok y Cintia Tartaglia. Teatro La colada. Jean Jaures 751. Sábado, 22 hs. 8 pesos.

“Cuestionar la verdad. Dudar hasta de la propia existencia. Perder la identidad (...) Crear un doble, un sosías. Duplicarnos. Clonarnos (...)” Fragmentos del programa con el que el grupo nos presenta su versión de la obra de Plauto.
Desde este lugar enunciativo la comedia de Plauto se actualiza y adquiere una doble orientación. Por un lado, propone una reflexión: cómo la mirada de los otros es la que nos constituye, hasta tal extremo que cuando contrasta con nuestra propia versión, dudamos de nosotros mismos. Sosía (sustantivo propio) deviene sosía (sustantivo común) y ya no es el destino singular, el de uno, sino que se generaliza la imposibilidad de establecer con un parámetro firme la identidad. Excedemos el argumento. La cuestión se tematiza, la interpelación al público deja toda pregunta sin respuestas. Los gestos escénicos insisten en esta inscripción: el decurso explicativo gobernado por la reiteración. Existo y por ende, explico, trato de hacerme entender. Pero hay más, cuando el dios se congela, la luz lo recorta en el espacio escenográfico, pero el que duda de sí mismo, el que lleva la palabra, se mueve en las penumbras. El sentido está a oscuras, la “verdad” se desliza casi oculta, hay que forzar la vista para percibirla.
La otra orientación tiene que ver con la comedia propiamente dicha, Heceneros se encarga de hacer legible el texto dramático y operaciones de actualización mediante, abrevia la distancia temporal entre el autor latino y nosotros. Con muy pocos elementos pero ¿efectivos?, cargan el desafío de llevar a Plauto a escena. Recurriendo a su humor y al de nuestra época, construyen un espectáculo en el que dignamente se presentan como anfitriones.


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Las Amaro
Por Edith Scher

Dir. teatral: Eduardo Bertoglio. Dir. musical: Cristina Ghione. Con: Cristina Ghione, Juliana Corazzina, Lola García, Natalia Skverer. Sala 420. Balcarce y Carlos Calvo. Sábados, 23 hs. Jueves, 20 hs. 7 pesos.

Cuatro mujeres. Una familia compuesta por madre y tres hijas constituyen Las Amaro, un supuesto grupo de música tropical de los 50 que canta, baila y toca variados instrumentos. Derecho y revés de este cuarteto aparecerán en escena. Shows e intimidad. La música se entrelaza con ingredientes teatrales: los conflictos familiares, la preferencia por alguna hija, el hecho de desplazar a otra, el alcoholismo.
La clave teatral del espectáculo es humorística y en cuanto a lo musical, las actrices-músicas cantan un repertorio tropical de la década del 50, en el que aparecen temas como Capullito de alelí, Azuquita con leche y otros.
El primer impacto lo producen la calidad vocal, los arreglos, la instrumentación con violín, flauta traversa, teclado, bongó y maracas. En muchos de los temas se canta a capella a varias voces. El segundo rasgo notable es la selección de los temas, que van mechados con publicidades cantadas de la época, como la de Pilotos Aguamar y la de Metiogén Grageas, como si cada bloque estuviera auspiciado por un producto distinto.
La tercera y fundamental virtud es que a pesar de tener una impronta musical muy fuerte, Las Amaro no es un recital. Tiene personajes bien definidos, situaciones que se crean tanto en el escenario como en el camarín, rivalidades, competencias en la búsqueda de los primeros planos.
Cada canción es una escena presentada por Rubí Amaro, la madre. Ella antecede la canción con paródicos textos poéticos, como si éstos fueran grandes genialidades, cuya autoría se atribuye como si ello constituyera un gran honor. Todo el espectáculo puede ser mirado como una parodia-homenaje a esa música y a aquellos personajes.


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Besitos de coco
Por Ana Durán

Con: Alejandro Viola, Lisandro Fiks, Fernando Costa, Hernán Sánchez, Analía Rosemberg, Oscar Durán y Bárbara Togander. Chacarerean Theatre. Nicaragua 5565. Sábados, 24 hs. 12 pesos.

“Pero claro que sí”, dice Alejo, el cantante más mentado, el internacionalmente conocido, con sus fans que cuenta por miles y de edades tan indefinidas como la suya.
Los Amados –que de ellos se trata– vienen a aportar al teatro porteño esa pizca de diversión que es una interesante salida a tanto tema existencial, crucial, irresoluble. ¿Y cómo lo hacen? Sacando lo mejor del espectador: su ingenuidad y sus deseos de jugar. Que Pochiolo Santamaría no es un galán… Que Cristino Alberó no ve dos en un burro… Que Raquelita fue encontrada en un kibutz en Colombia y ama ocultamente al Chino. Que Tito Richard Junquera no puede dejar de competir con el Chino por el protagonismo del show… Que Ángel con su trompeta parece tener cosas ocultas o ases bajo la manga… Que Dina Dulri sufrió algo así como una lobotomía en un accidente pero cuando sube al escenario es la diva que todos esperan… ¿Por qué no? ¿Por qué no terminar todos festejando aquellos años locos –que algunos ni siquiera vivimos– cantando y bailando “chiqui chiqui chiqui chiqui chiqui bombo”? ¿Por qué no creerle al Chino cuando nos incrusta el anillo berreta de casamiento sólo porque ya lo hizo con otras cuatro o cinco del público? ¿Y por qué no cantar a voz en cuello Reloj no marques las horas y soñar con que por ese instante somos personajes de cartón pintado y que podemos sentirnos satisfechos con un guiño del Chino o con una caricia de la pulposa Dina Dulri?
Y eso es todo. Y no es poco. Hasta el mínimo guiño está estudiado y hasta la última canción está ensayada porque, como bien sabemos, hacer reír es tanto o más difícil que provocar el llanto.

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