miércoles, 20 de mayo de 2009

Arte nacional

Por Mónica Berman

Un análisis de la obra de Ricardo Bartís a partir de rastrear la manera en que se naturalizan los mitos. En este caso, la educación sarmientina, los inmigrantes como turba amenazante y muchos más.

“(...) la Argentina necesita un arte nacional. (...) Se trata de una vieja carencia. (...) Una constante cultural se convierte así en uno de los lugares más comunes más reiterados en ese momento; otro, más conocido, es el tópico de ‘la ola’, ‘la invasión’ o ‘la polenta humana’, calificativos con que se designan los resultados alarmantes e inesperados que el proceso inmigratorio iba condicionando. Ahora resulta claro: uno y otro tema aparecen como fases complementarias de un mismo proceso, una forma de remediar algo que empezaba a considerarse enfermedad social.” David Viñas, Literatura argentina y política.

La cita plantea un particular juego con los tiempos verbales. La necesidad del arte nacional, la postulación de la carencia, la designación de los inmigrantes, todo en presente, histórico, eso sí, pero tal vez haya otras razones para el presente porque lo que se dice ¿podría coincidir con el tiempo de la enunciación? ¿Se discute, se postula, se sueña, se reniega de un “arte nacional” hoy? ¿Tiene sentido formular esta clase de preguntas?
Con respecto a los atributos propuestos para los inmigrantes el tiempo parece no haber pasado y seguramente sí es necesario proponer preguntas y encontrar respuestas.
El reconocimiento del vínculo en aquel momento, entre la búsqueda de un arte nacional y la concepción de la “invasión” inmigratoria, sí es contemporáneo, concuerda sólo con el momento de escritura. Las otras dos formas implican un pasado de aspecto durativo, se consideraba una enfermedad social, se iniciaba esa consideración que hoy continúa.
¿A qué época remite la cita? Al 1900, y es un artículo que tiene como objeto a Florencio Sánchez.
Era el momento de construcción de un mito (de muchos, en realidad, pero éste es el que nos interesa); la urgencia por constituir un arte nacional tuvo en Sánchez un hijo dilecto.
Ante un proceso de construcción de identidad nacional ¿qué objetos se ponen en juego para el mismo? Múltiples variables, parcialidades que devienen en la configuración de una totalidad: un teatro nacional, una temática particular, un modo de representación, ciertos lenguajes, una búsqueda de articular un “nosotros” en oposición a un “otros”.
Y cien años más tarde Ricardo Bartís y el Sportivo Teatral instauran las obras del mencionado autor dramático como punto de partida para la dramaturgia de De mal en peor.
Sumando a lo ya citado una concepción de la educación y una de la historia, museos mediante.

Mitos identitarios y su inscripción escénica. De mal en peor. Pero con final feliz.

El mito es un habla, dice Roland Barthes. “Algunos objetos se convierten en presa de la palabra mítica durante un tiempo, luego desaparecen y otros ocupan su lugar, acceden al mito.”
Dos ideas básicas para reflexionar sobre la cuestión: pensar al mito en el marco del discurso y sostener la noción opuesta al mito como eterno.
“El mito tiene carácter imperativo, de interpelación (...) conminado a develar o a liquidar el concepto lo que hace el mito es naturalizarlo.”
Ahora bien, si el mito es un habla, un relato, el proceso de desarticulación del mito también tiene que serlo. Deshacer la trama del mito implica recurrir a elementos de la misma naturaleza.
Y si el mito naturaliza un concepto, desmitificar implica borrar las marcas de la naturalización, ponerlas en evidencia. Ésa es una hipótesis de lectura posible para De mal en peor.
¿Con qué mitos trabaja Ricardo Bartís? Con una porción importante de los vinculados a la construcción de identidad nacional: la educación, pero la propuesta por Sarmiento, la de escritura “nacional” (las justas literarias, la poesía), la inmigración vista como “enfermedad social” (la turba, la instancia amenazante); la representación de la patria (fundamental en el momento de la celebración del Centenario de Mayo); la lengua nacional como construcción homogénea, todos conceptos construidos a principio de siglo XX.
Y otros que no son mitos identitarios, como el modo de resolver los finales en la puesta en escena, o en la literatura dramática (el apó mejané), el padre de familia que defiende el honor de su hija, la juventud como la esperanza de lo incorruptible, lo no contaminado, la vejez como una nueva inocencia. Hasta la institución museo está discutida en su legitimidad.
¿Desarticular los mitos implica una forma de construcción del “ser nacional”?, ¿de otro que no herede los atributos de aquellos de 1900 (sólo por poner arbitrariamente una fecha) y que siguen? ¿lamentablemente vigentes, lamentablemente reconocibles cien años después?
Por otro lado, si la palabra mítica toma por asalto un objeto y luego lo abandona, nada impide las sustituciones de ciertos mitos por otros.
En la caída de los grandes relatos, ¿qué ha de inscribirse en su lugar y de qué manera? Si el mito, como decía Barthes, tiene como específico transformar el sentido en forma, los procesos de desmitificación, se supone, tienen que denunciar esas operaciones de transformación, hacerlas visibles y legibles.
El delicado equilibrio interdiscursivo que se establece entre Florencio Sánchez y De mal en peor es un modelo de neutralización de los riesgos de lo ilegible. La puesta permite desencadenar lecturas intertextuales pero eso no impide otros niveles distintos de lectura más o menos literales, despojados del conocimiento de Sánchez. Algunas de esas lecturas son las siguentes: aparecen argumentos, parciales o amplios, frases literales, nombres propios de las obras de Sánchez, algunos lúdicamente utilizados; la Renata del autor rioplatense es un paradigma de Los derechos de la salud, y esta Renata consume su porción química para sostenerse en pie; otros personajes están más suavizados aquí que allá...
Por otro lado, el mosaico de discursos sostenido por los personajes es un elemento probatorio de la imposible homogeneización lingüística (un personaje, incluso, confundido en el registro, habla como si escribiera).
La ironía de la patria travestida, de la maestra sarmientina que no cumplió con su misión, cautiva de los indios, internada en un monasterio, incapaz de pronunciar más que algún par de palabras (de las cuales una es “winca” y la otra “faso”), la de un mozo que se hace pasar por anarquista para conquistar a una mujer. Todo en clave de inversión.
De mal en peor también es un título falso, las familias no caen barranca abajo, por el contrario, suben por el único lugar por el que quieren subir.
Ni uno solo de los mitos nacionales ha quedado en pie, todos se han ido deshilachando.
Pero ese “final feliz”, ¿no inaugura un nuevo mito identitario, no? Mejor ni pensarlo.

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