domingo, 1 de enero de 2006

Los nuevos bulos

Si algo llama la atención al espectador es el PH devenido sala de teatro: Timbre 4. Aquí un enfoque acerca de las diferentes formas de abordar este tema. Por Federico Irazábal.

Hubo un tiempo en el que los investigadores de teatro catalogaban los espacios arquitectónicos y escénicos con diferentes nomenclaturas. A la italiana, circular, semicircular, en U, en T, en L, entre muchas otras. Coincidieron dichos aportes con los realizados por la semiótica y otras yerbas cercanas al postestructuralismo. Las clasificaciones se habían convertido en moneda corriente y hasta en algún punto era lógico que así fuera, ya que las obras canónicas de dichos períodos eran pensadas de tal modo. Luego ingresamos en un territorio de mayor flexibilidad y las lecturas ya no podían ser hechas con categorías tan rígidas. Fue el momento de la multiplicación de propuestas y estéticas (aunque un ojo más agudo podría haber visto que parecían diferentes pero que en el fondo no lo eran). Desde una perspectiva institucional, en la Argentina, fue el momento de auge del Instituto Nacional del Teatro y su aporte a diversas salas que iban acompañando el movimiento de descentralización barrial impulsado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Y todo ello llevó al surgimiento de diversos espacios en galpones y casas antiguas adaptadas a fines teatrales.
Y todo ese movimiento llegó a su climax cuando surgió el teatro domiciliario, donde se ubica, con notables modificaciones, La omisión de la familia Coleman. La obra de Claudio Tolcachir y su grupo se desarrolla en una casa denominada PH (propiedad horizontal). Esto es un conjunto de no-departamentos que reptan hacia el pulmón de la manzana, que aspiran a ser casas pero que no llegan a serlo, con una entrada común para todos y un largo pasillo que comunica las diferentes propiedades. La ventaja que supieron tener es que sin ser tan caras como la “casa propia” –se posee tan solo un porcentaje sobre el terreno total- dan la posibilidad de comprar el espacio aéreo –cosa que un edificio de departamentos no ofrece- y por lo tanto si la familia crece, y no prospera económicamente, el espacio original de la terraza puede albergar nuevos cuartos para los nuevos integrantes: yernos, nueras y nietos. El PH en términos habitacionales significó un ascenso: fue la posibilidad de acceder al sueño de la “propiedad privada”. Sin el gesto moderno del ascensor y sin la marca socioeconómica de la casa, el PH era la opción para esa clase trabajadora que con esfuerzo y pujanza podía cumplir la meta primigenia. Pero hoy, en el seno de lo que algunos han denominado como postmodernidad, el PH, como claro representante arquitectónico de un pasado, vuelve a ser marca de clase y tipo social. Matrimonios sin hijos o jóvenes solteros lo buscan no como espacio que albergue a una gran familia sino más bien como primer espacio de soledad e intimidad. Paredes de 30 centímetros caen sobre el piso de madera (no parquette) para unir living y habitación. Al patio se lo cubre con algún policarbonato importado para mejorar el confort. La cocina se integra al patio. El baño pierde su puerta hacia la habitación y estamos ya al borde del loft. Gran cantidad de metros cuadrados y aire para ese joven que modernizando en extremo el espacio habita una casa con rastros de pasado. El PH es la reaparición modificada de un pasado que soñó con un futuro distinto. Pero también es el signo de una clase media que perdió su “piso” para instalarse en el PH, que le significa igual cantidad de metros, pero sin las mensuales expensas y costos impositivos. Así el PH se convirtió en escalón o en el soporte de la caída.
En el medio de esa historia que no es otra sino la de la Argentina se inscribe La omisión de la familia Coleman, una familia “normal” según el decir de algunos de sus integrantes. Y Tolcachir pretende que recordemos constantemente donde estamos sentados. Por ello el uso del PH como espacio arquitectónico y teatral es de singular importancia. Al llegar y atravesar el pasillo que conduce al último de los departamentos leemos carteles que piden silencio puesto que el vecino de adelante duerme. Al terminar la obra una de las asistentes nos pide aquello que una hora y media antes habíamos leído. Jóvenes dispuestos en el pasillo controlan que esa “ley” se cumpla.
¿Pero es posible la supervivencia de la “ley” en un territorio donde esta ha sido excluida? Porque si los Coleman invaden una clínica privada colgando la bombacha del pie de suero nosotros hemos invadido un espacio destinado a la familia, al descanso. Somos esos invasores que lo arrasan todo, somos quienes “metemos las patas en la fuente”. Transgresión: víctimas y responsables.■ PUBLICADA EN EL NÚMERO 25

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